Un día sonó las campanas,
emocionada subiste al altar, era tu boda. Llena de emociones, ilusiones, sueños,
te sentías que tocabas con tus manos las estrellas del firmamento. ¡Cuánta
felicidad! ¡Cuánto derroche de amor!!

Hoy, después de unos años,
ves con gran pesar que el hombre con quien te casaste para formar un hogar
hermoso, de paz y de amor, ha cambiado drásticamente. No es aquel jovencito que
te enamoro y con quien te sentías la reina del universo.
Los defectos; las
imperfecciones emocionales, las manías; el
mal carácter; el vocabulario impropio, mal sonante y desproporcionado a un alma
pura; las maldiciones, resultado de la ira y despecho; los celos; las amistades negativas del ayer
que no quiere dejar ir; el deseo de seguir su vida de soltero; los fines de
semana sociales; la estrategia de buscar pelea para irse a la calle; la
infidelidad; en fin, los pecados
pequeños y grandes han comenzado a salir a borbotones. El hombre se convierte
en un dolor de cabeza. Esta irreconocible. Alejado de Dios y de toda devoción.
Aunque hay aquellos que siguen asistiendo a la Iglesia, a los sacramentos, pero
con dureza de rostro y mirada de molestia.

¿Qué hacer? Orar…orar…orar…
La oración es poderosa. La oración persistente, humilde y pura de corazón es
contestada prontamente. La oración unida a un cambio radical de vida. ¿Cambio
radical de vida? Sí, pero no crean que consiste en hacer cosas raras, no, nada de eso. Es
simplemente abrir el corazón dejando que
Dios habite y reine en el alma de la
esposa con toda libertad.
Hay que caminar seriamente
el camino de la santidad, camino cuyas huellas son las huellas de Cristo a
pisar… Huellas de una vida plenamente
unida a la voluntad del Padre a lo Cristo. Eso, seguir a Cristo con derroche de
alegría y desbordante caridad.
Puede que por el
contrario tu esposo es un “regalo del
Cielo”, pero no te confíes. Hay que orar mucho, porque a veces esos “regalos
del Cielo” se van alejando poco a poco de la santidad. Se es bueno pero no se
trabaja por ser santo llevando a la familia a ser santa. Se participa de la
Iglesia pero sin compromiso serio de un cambio radical en una entrega de corazón
y alma a Dios.
Dios nos quiere santos. Dios es muy
misericordioso pero a la hora de hablar, Dios es muy exigente. Lo vemos en la
Sagrada Palabra. “Sed santo como mi Padre es Santo”. Cuando amonesta pidiendo
una radical conversión de vida.


Desde la Soledad del Sagrario
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