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Buscando entre mis cosas me encontré con el libro de P. ÁNGEL PEÑA O.A.R, FAMILIAS
NUMEROSAS. Escribe desde LIMA –
PERÚ Es tan bueno este padre que ha
dejado su libro en la internet para que puedan bajarlo todos los que deseen,
gratuitamente. Es un libro sumamente
interesante y motivador para las familias jóvenes católicas que se inician. También
para las familias adultas para meditar en las consecuencias de sus actos desde
el inicio al formar ese nuevo hogar. Les ayuda como un buen examen de
conciencia para llegar hasta el confesionario para pedir perdón por todo lo que
debieron hacer, vivir y no lo hicieron por razones que sean. Recordemos que es un deber de todo católico educarse
correctamente y seriamente. Principalmente como futuros padres de esos niños que
Dios regalara a la familia. Les invito a
leer el libro van aprender mucho… todos aprendemos y nos maravillamos de los
hermosos planes de Dios para con las familias, para con los padres y
especialmente las madres.
Dios nos conceda familias santas para estos
tiempos tan apocalípticos.
Desde la Soledad del Sagrario
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LA MADRE
Las madres son, de modo especial, colaboradoras de
Dios en la gran obra de la formación de un ser humano. Por eso,
decía el cardenal Joseph Mindszenty:
La
persona más importante de la tierra es una madre. No puede reclamar el honor de
haber construido una catedral. No lo necesita. Ha construido algo más
impresionante que una catedral: un hogar para un alma inmortal, la pequeña
perfección del cuerpo del bebé...Los ángeles no han sido bendecidos con esa
gracia. No pueden participar en el milagro creador de Dios de conducir nuevos
santos al cielo. Sólo una madre humana puede hacerlo. Las madres están más
cerca de Dios creador que ninguna otra criatura. Dios se alía con las madres
para realizar este acto de creación... ¿Qué hay en este mundo más glorioso que
una madre?13.
Ser madre es
comprometerse de por vida con el hijo que recibe de Dios. No importa, si es enfermo o si se enferma en el
transcurso del tiempo. Una madre es
madre para toda la vida y llena con su ternura y su alegría la vida de su
esposo y de sus hijos, sobre todo, si es una madre cristiana, que tiene un
profundo sentido de fe y confianza en Dios.
La Biblia la elogia, diciendo:
Ella vale mucho más que
las perlas. En ella confía el corazón de su marido y no tiene nunca falta de
nada. Le da siempre gusto, nunca disgustos, todo el tiempo de su vida...
Todavía de noche se levanta y
prepara a su familia la comida. Tiende su mano al pobre. Se reviste de
fortaleza y gracia y sonríe al porvenir. La sabiduría abre su boca y en su
lengua está la ley de la bondad. Vigila a toda su familia y no come su pan de balde.
Se alzan sus hijos y la aclaman bienaventurada y su marido la ensalza (Prov
31).
El Papa Pío XII decía de ella:
Es el sol de la familia con su
generosidad y abnegación, con su constante prontitud, con su delicadeza
vigilante y previsora. Ella difunde en torno a sí luz y calor: y, si suele
decirse de un matrimonio que es feliz, cuando cada uno de los cónyuges, al
contraerlo, se consagra a hacer feliz al otro, ese noble sentimiento e
intención es, sin embargo, virtud principal de la mujer. A ella le nace ese
sentimiento con las palpitaciones de madre y con la madurez del corazón.
Madurez que, si recibe
amarguras, no quiere dar sino alegrías; si recibe humillaciones, no
quiere devolver sino dignidad y respeto.
La madre es el sol de la
familia con la claridad de su mirada y con el fuego de su palabra. Mirada y
palabra que arrastran al hombre a la alegría del bien y de la convivencia
familiar, después de una larga jornada de continuo y fatigoso trabajo en la oficina
o en las exigentes actividades del comercio o en el campo o en la industria.
Ella es el sol de la familia con su ingenua naturalidad, con su digna sencillez
y con su majestad cristiana y honesta... ¡Oh, sí supieseis cuán profundos sentimientos de amor y de gratitud suscita en
el corazón del padre de familia y de los hijos, semejante imagen de esposa y de
madre!14.
Las madres son el capitán del
barco de la casa, la luz que ilumina el hogar. Deben aprender a tener
paciencia, sentido del humor, mucha alegría y sonreír siempre. Con su ejemplo, deben enseñar a sus hijos
que las personas son más importantes que las cosas. De modo que las cosas
materiales nunca tengan preferencia sobre las personas. No importa, si los
niños ensucian o dejan los juguetes en cualquier parte, lo importante es que
jueguen y sean felices; aunque después haya que enseñarles a recoger las cosas
y a limpiar lo que han ensuciado. La limpieza y el orden son importantes, pero
no hasta el punto de que, por quedar bien ante los visitantes, haya que poner
mala cara cada vez que uno deja algo fuera de lugar. Los hijos y el esposo son
más importantes que toda la limpieza y el orden del mundo.
Por otra parte, las madres deben dar amor sin medida. Ya decía San Agustín que
la medida del amor es el amor sin medida. Por eso, es triste, cuando alguna vez
se oye a una madre que le dice al esposo: No soy tu empleada, así que
caliéntate la comida, lávate la ropa o arréglate tus cosas. Ciertamente que,
cuando los dos trabajan, los dos deben compartir las tareas del hogar, pero el
amor nunca mide lo que da.
En mi experiencia personal,
puedo decir que para mí una de las cosas
más grandes y hermosas de mi infancia era saber que mi madre estaba siempre
en casa y que, a cualquier hora del día, podía ir a pedirle algo,
sabiendo que la encontraría lista para ayudarme. Es algo grande que sean las
propias madres las que cuidan y educan a sus hijos. Eso no tiene precio, y los
hijos lo agradecerán toda la vida. Otra cosa, que siempre recuerdo, es el ver a
mi madre, rezando el rosario. Ella nos
enseñaba la fe con el ejemplo.
El padre Donato Jiménez, mi compañero agustino recoleto
en Lima, ha escrito un libro De cosas sencillas, donde
alaba la virtud y la fe de su madre. Tuvo 15 hijos y de ellos 3 sacerdotes. Era
una madre religiosa y ejemplar, a la que su esposo pudo decir en el momento de
su muerte: ¡Bendita seas!
Ser madre es darlo
todo y dejarlo todo por amor a los hijos. Es por esto que María Luisa De Rita, una madre de familia con ocho hijos,
casada desde hace 40 años con el ex-presidente del Centro italiano de
investigaciones sociales (CENSIS), pudo decir:
Como madre, me siento
colaboradora de Dios en la obra de la formación de un nuevo niño. Cuando nos
casamos, queríamos tener doce hijos... El
ser madre me ha hecho ser más alegre; porque, cuando tienes muchos hijos
alrededor, te haces inevitablemente más alegre y más fuerte. Me considero
una mujer afortunada, una mujer, como digo a menudo, mimada por Dios... Yo
trabajaba como periodista y ahora escribo cuentos para niños. He continuado, de
manera limitada, estas actividades. Las mujeres,
que renuncian a la maternidad por sus éxitos profesionales, no saben la alegría
que se pierden. Veo amigos que llegan a la paternidad a los 40 años y se derriten
por el niño y se preguntan cómo no se han dado cuenta antes. Temen los sacrificios
y no saben que, cuando se ama, no hay sacrificios. Quizás a muchos les detiene
el miedo ante un futuro nebuloso. Por eso, es tan importante la fe. La fe, enseñada
cada tarde con el signo de la cruz y el padrenuestro. Ciertamente, la fe es un don.
Pero hay que pedirla. Cuando veía a uno
de mis hijos abordado por la duda, le decía: "Arrodíllate y reza". La
fe es un don que hay que pedirlo con humildad15.
Victoria
Gillick es otra madre católica valiente,
no sólo porque ha tenido diez hijos, sino porque ha tenido la valentía de buscar
colaboradores y reunir firmas para mover a la opinión pública inglesa con el
fin de persuadir a las autoridades para que cambiaran las leyes que daban
muchas facilidades a los adolescentes de las escuelas para poder conseguir anticonceptivos,
incluso en contra de la voluntad de sus padres y sin que ellos supieran nada. Victoria Gillick luchó para
que quedara intacta la responsabilidad de los padres en la educación de sus
hijos y que las autoridades no dieran facilidades a los adolescentes para tener
relaciones sexuales. Ella ha escrito un libro sobre sus luchas para cambiar ciertas leyes y sobre
su vida cotidiana con sus 10 hijos, titulado Relato de una madre16.
El famoso padre A. Duval, jesuita y cantante francés de
los años sesenta, decía de sus padres:
Mi padre se ponía a orar de rodillas con la frente inclinada entre las manos. Mi madre, sentada y con un niño en brazos, murmuraba oraciones en voz baja. Y yo me decía: ¡Qué grande tiene que ser Dios para que mi padre se arrodille ante Él con tanto respeto! Y ¡qué bueno tiene que ser para que mi madre rece sentada con mi hermanito en brazos y sin quitarse el delantal! Los labios de mi madre y las rodillas de mi padre me enseñaron más teología que los libros del Seminario.
P. ÁNGEL PEÑA O.A.R
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13 Hahn Kimberly, El amor que
da vida, Ed. Rialp, Madrid, 2006, p. 181.
14 Pío XII a los recién
casados, 11 de marzo de 1942.
16
Gillick Victoria, Relato de una madre, Ed. Rialp, Madrid, 2007.
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