Y lloraban inconsolablemente, y gritaban de dolor y deseo… nadie los comprendían…
solo mirarlos y sonreír ante la tierna escena… pero en el fondo del alma, ellos
agonizaban de sed y hambre de Dios… Y Dios se complacía al contemplar cómo le
deseaban… acariciándoles con suma ternura y amorosa bondad.
Lloraba desconsoladamente ante el deseo de recibir la comunión. Cada vez,
que corría al comulgatorio y se arrodillaba llena de sed y hambre de eucaristía,
recibía un “no” enorme de grande. Aunque le hablaran con mucha ternura. Aunque
el sacerdote se desasía por explicarle que era muy pequeña para recibir la comunión.
Que tenía que prepararse aunque ya se sabía el catecismo completo. Aunque podía
explicar perfectamente las pequeñas verdades de fe e intuir las grandes
verdades de fe a pesar de su corta edad… seguía recibiendo las mismas
explicaciones y el alma seguía agonizando por recibir a Dios…
Llevaba tres años llorando en todas las misas. Llevaba tres años suplicándole
a sus padres le ayudaran a comulgar.
Llevaba tres años suplicándole al sacerdote le dejara comulgar. Lo último que
hizo fue jalarle la vestimenta sagrada y con abundantes lágrimas decirle que la
examinara que ya ella se sabía el catecismo.
Pero no, no se podía, porque el Obispo tenía prohibido darles la comunión a
niños pequeños, aunque estuvieran preparados. Había que obedecer.
¿Cuántos niños han vivido la misma experiencia? Quizás no muchos
perseverados en su deseo de comulgar. Mas aquellos, que sienten hambre y sed de
eucaristía, es una verdadera agonía ver a los demás comulgar y ellos se mueren
del deseo ardiente que les consume, no pueden recibirle.
¿Y los adultos? ¿Qué tal nosotros? ¿También sentimos esa hambre y deseo que
consuma nuestras almas de recibir la sagrada eucaristía? ¿Al Dios vivo que
habita en lo escondido del Sagrario? ¿Somos
nosotros, capaces de llorar por recibirlo? ¿Somos capaces de correr al
comulgatorio para prontamente recibirlo?
¿Se nos hace interminable las horas para llegar a la Santa Misa y
recibir al Amor de los amores???
Hay rostros infantiles que hablan más que mil homilías. Hay rostros
infantiles que nos dan inmensa y sabrosa predica que todas las homilías del
mundo… Son los rostros de los niños que han vivido la experiencia de desear la eucaristía
por tanto tiempo sin poder recibirla. Son los rostros infantiles de aquellos
que por fin, reciben por primera vez a Jesús sacramentado… Que delicia, que
ternura, que se les sale el alma en ese rostro que plasma lo que está
sucediendo en el interior entre Jesús y el alma.
No tenemos ese mismo interés ni deseo, como ese pequeño o pequeña que se
desborda en llanto, ante la imposibilidad de recibir a quien ya saben, conoce y
desean, al Dios vivo que habita en la eucaristía.
Ah, si fuéramos así, como estos niños, en vivir la eucaristía con verdadera
sed y hambre de Dios… que diferente seria nuestra vida… que diferente seria el
mundo… pero nos perdemos en las bagatelas del mundo y no nos centramos en lo único
verdadero e importante: Dios en medio de su Iglesia… Dios accesible a los suyos…
Dios dándose como alimento y bebida… Dios amándonos y dejándonos amarle tan y
tan cerca, como dentro de nuestra alma, con cada comunión.
Tomemos conciencia del tesoro inefable que es la Sagrada Hostia. Seamos
generosos con Dios que ha sido tan generoso con su Iglesia… vayamos sin temor,
con entusiasmo, con verdadera sed y hambre de Dios a recibirlo en cada eucaristía…
Cuanta alegría provocaremos en Jesús…
Mater enséñanos a descubrir a Dios Eucaristía como los niños lo han
descubierto…
Desde la Soledad del Sagrario
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