Autor: Alfonso Aguiló | Fuente: interrogantes.net
No olvides lo principal |
Nos cuesta advertir que descuidamos lo más grande que tenemos: nuestra honestidad, nuestra familia, la vocación a la que nos sentimos llamados, nuestros deseos de ayudar a los demás |
Cuenta la leyenda que una mujer pobre
con un niño en los brazos pasaba delante de una caverna y escuchó una voz
misteriosa que desde dentro le decía: "Entra y toma todo lo que desees, pero no
te olvides de lo principal. Y recuerda que, después de que salgas, la puerta se
cerrará para siempre. Por tanto, aprovecha la oportunidad, pero te repito: no
olvides lo principal."
La mujer entró en la caverna y vio que estaba
llena de inmensas riquezas. Fascinada por el oro y las joyas, que con seguridad
la sacarían de su sufrida pobreza, dejó al niño en el suelo y empezó a juntar,
ansiosamente, todo lo que podía caber en su raído delantal.
La voz
misteriosa habló nuevamente: "Te queda sólo un minuto." Agotado ese tiempo, la
mujer cargada de oro y piedras preciosas corrió hacía fuera y la puerta se
cerró. Recordó entonces que el niño había quedado dentro y la puerta se había
cerrado para siempre. La riqueza duró poco, pero la tristeza se quedó para
siempre en su alma.
El relato es sencillo, pero su enseñanza puede ser
aprovechable. Porque, aunque todos solemos tener principios claros, es fácil que
luego, con demasiada frecuencia, nos ocurra algo parecido a lo que sucedió a
aquella pobre mujer. Tenemos quizá todavía muchos años de vida por delante, y
aunque a veces una voz interior nos lo advierte, hay cosas importantes que
solemos dejar siempre para después, porque hay otras que nos absorben o nos
distraen de tal modo que, a la hora de la verdad diaria de la vida, nos hacen
olvidar lo principal.
El descuido habitual de la vida familiar, o de
detalles que afectan a nuestra salud o a la salud de nuestro espíritu, o a la
necesaria dedicación a nuestros deberes profesionales o sociales, son posibles
ejemplos. Suelen ser pequeñas cosas, que se presentan quizá como tareas que no
acucian a corto plazo, pero que, con el tiempo, encontramos que nos han llevado
a donde no queríamos ir. Nos cuesta advertir que descuidamos lo más grande que
tenemos: nuestra honestidad, nuestra familia, la vocación a la que nos sentimos
llamados, nuestros deseos de ayudar a los demás. Y como son realidades con las
que convivimos cada día, no advertimos que son precisamente lo que vertebra y da
sentido a nuestra vida, y que perderlo es una verdadera
tragedia.
Encontrarse un día con que carecemos de cultura, o que hemos
abandonado la práctica religiosa por simple dejadez, o que hemos dilapidado
tontamente el cariño de nuestro marido o nuestra mujer, son cosas tristes que
hemos de ver venir antes de que nos envuelvan y nos enreden. Quizá, por ejemplo,
parece que tener un hijo más es una carga, pero luego, pasados los años, se ve
de otra manera. O cuesta advertir que empeñarse en alcanzar determinado logro
profesional a costa de la familia, de la honradez o de la lealtad, es algo que
no merece la pena.
Vistas sin la necesaria profundidad, las cosas
importantes pueden parecernos a veces insulsas y prosaicas, o hasta ridículas,
pero dedicarles la energía y el tiempo necesarios es la mejor inversión de toda
una vida, un esfuerzo que transforma a las personas y las engrandece. Por eso es
preciso levantar la mirada hacia el largo plazo de las consecuencias de nuestras
decisiones.
Y en todo caso, como al final tomamos siempre algunas
decisiones equivocadas, que el tiempo se encarga de hacernos ver de forma
meridiana, también es importante en esos momentos centrarse en lo importante:
asumir esos errores y no horadar en ellos, rectificar en lo posible, sacar
experiencia y no echar las culpas a los demás.
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