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Los jóvenes de hoy en día están desarraigados, tienen un vacio interior
grande… que muchas veces radica en la falta de amor, comprensión y acogida en la misma familia… esto
les ha hecho carecer de experiencias intimas y externas que lo lleven a Dios.
Muchas veces se debe a hogares disfuncionales. Hogares donde la atención de
los padres está puesta en ellos mismos, o en el trajín de diario vivir, o en el consumismo… o simplemente
no se tiene el conocimiento de la responsabilidad adquirida como padres…el
deber trascendental que conlleva el ser padres y madres de familias… ante Dios.
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A veces pensamos que “hogares disfuncionales” se trata solamente de hogares de nivel social pobre carentes de educación,
aun la básica… pero no es así… hay en la sociedad actual, en niveles social
medio y alto, donde la comodidad económica es bastante desahogada, encontramos
hogares disfuncionales. Por eso mismo,
porque se está muy pendiente de lo económico, de esa vida que el dinero regala,
y no hay tiempo para atender a cada hijo
como se debe…
No es darles “todo” lo material a
los hijos, sino darles “todo” lo
espiritual que necesitan… esa necesidad apremiante de amor, de reconocimiento, de atención individual, de aprender con el
ejemplo de los padres… Eso no se da en los hogares que lo material o
consumismo, el exterior, la educación,
el trabajo, la diversión es lo primero…no hay suficiente tiempo para realizar
su misión y vocación de padres como Dios
pide.
Tenemos que reconocer que también existen hogares donde los padres de
familia se preocupan por sus hijos… padres de fe, que buscan a Dios, aquí también
se da el fenómeno de un hijo rebelde.
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Madres y padres que han cuidado de sus hijos, y el más pequeño le ha salido
con ideas torcidas, rebeldes… y estos padres de familia no salen de su asombro.
Sus comentarios o quejas siempre es el mismo… ¿Por qué ha salido así, si les
hemos dado lo mismo a los demás?… Si lo hemos educado y tratado igual que a los
demás…¿por qué los demás salieron bien, educados, trabajadores, respetuosos,
agradables, buenos hijos, y este, el más pequeño no?
En la misma queja o comentario esta la respuesta… ustedes mismos están respondiéndose
a las preguntas, pero no se dan cuenta.
Si nos fijamos en nuestras manos, los dedos de nuestras manos no son iguales… así mismo son los hijos… no
son iguales. Siempre hay uno que necesita más atención, más ayuda, más desborde
de amor, más comprensión, más sentarnos a hablar con él o con ella. Más tiempo
para escucharlos. Necesitan mayor dosis de la medicina que les han dado a los demás…mayor
motivación para obrar el bien, para querer
convertirse a Dios.
¿No sería entonces contraproducente para el resto de los hijos? No… cuando
los demás se sienten colmados por la medicina del amor, comprensión, atención.
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Lo vemos en las mascotas… podemos ver una madre gata que tiene su camada de
gatitos, cuando uno de ellos sale más pequeño, más débil, la madre gata está
muy pendiente, se la pasa pasándole su lengua, sin dejar de hacerlo a los demás…
lo busca más, sin dejar de buscar a los demás.
Pero, también, cuando ve que uno de sus gatitos es rebelde saliéndose de la
camada, alejándose y dirigiendo sus patitas hacia el peligro, lo agarra por la nuca y lo trae de
vuelta a la seguridad del lugar donde está la camada…acostándose al lado…vigilándole…
y a los demás también.
Lo vemos en Jesús, con el joven apóstol, San Juan… su atención hacia este apóstol
era mayor… sin descuidar a los demás… dejándole acercarse: San Juan apoyaba su
cabeza en el pecho de Jesús mientras cenaba en la Última Cena…cosa que
entendemos no era la primera vez que sucedía…había una predilección que los demás
aceptaban por estar colmados en el Amor y en la atención que recibían de Jesús.
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Conocemos con tristeza a estos hijos
rebeldes, que desahogan su vacio interior, abrazándose a la compañía de
personas peligrosas, que les hunde en un abismo interior mayor, tales como las
padillas, o personas con intereses mezquinos; también caen en las drogas, en el
alcohol, en el sexo como diversión, etc.
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Su vacio interior los lleva a
adquirir unos hábitos de convivencia que les hace intolerables, insoportables,
no gratos a los demás… además de una violencia y agresividad incontrolable que
los lleva de problemas en problemas. Se convierten en un verdadero dolor de
cabeza para los padres y el llanto incontenible de las madres.
Es como, si no se soportaran a ellos mismos, por no aceptarse, por no
buscar ayudar, por no ser sinceros comprendiendo la necesidad de buscar a Dios.
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La ceguera espiritual no les deja ver el camino de libertad interior que se
abre ante ellos. No les permite ver a Jesús con los brazos abiertos llamándolos.
No pueden escuchar a la Madre bendita que les susurra al oído lo que deben de
hacer. No ven el agite y compasión de sus ángeles de la guarda, conmovidos por
el extravió de sus almas…
¿Qué hacer? ¿Llenarse de
sentimientos de culpabilidad por no haberse dado cuenta de que a cada hijo hay
que educarlos, atenderlos, escucharlos y amarlos en medidas diferentes según sus
necesidades? No, eso no es saludable y
menos viene de Dios.
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Hay que volvernos a Dios… Madres, Padres, volveos a Dios… habladle a Dios
de ese hijo o hija rebelde… decidle a Dios que gran santo, que increíble instrumento
seria si, si recibiera la pura conversión, transformación de su alma… Cuanta
Gloria le daría si caminara por el camino de la Santidad…
Habladle a Dios de vuestros hijos rebeldes… no se canse de hacerlo… y así conseguirán
mejor la ayuda para vuestros hijos rebeldes.
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Volveos santos… recibir la Santa Comunión en nombre de ese hijo. Asistid a
la Santa Misa y vividla en nombre de ese hijo. Haced el bien en nombre de ese
Hijo. Adorar al Dulce Huésped del Sagrario, en nombre de ese hijo. Amad a Dios con el corazón de ese hijo. Rezad
el Santo Rosario en nombre de ese hijo…Cultivar la virtud en nombre de ese hijo…
Tratad a ese hijo, o hija rebelde, como si vuestros ojos vieran no al hijo
sino a Jesús parado frente a ustedes. Recibid todo de parte de ese hijo como si
fuera de Jesús… aun las pequeñas heridas para llevarlas al altar del sacrificio
uniéndolas a las ofensas que Jesús padeció… por ese hijo.
Cuando reciban ofensas de ese hijo o hija pensad que Jesús lo permite para
que se vuelvan almas reparadoras, para que cultiven las virtudes que en ese
momento más se necesitan, amor, paciencia, tolerancia, templanza, confianza,
fe, esperanza…
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El mal se combate con grandes dosis de detalles exquisitos del bien, del
amor que devolvemos… Una afrenta se combate con un derroche de amor… porque se mira
y se busca no la afrenta recibida sino a esa persona que agoniza por la
enfermedad espiritual…esa hermosa persona que está escondida detrás de tanta podredumbre de oscuridad… de tinieblas,
de rebeldías, de heridas viejas que no han sido curadas.
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Miremos a nuestros hijos, a nuestras familias, a las almas en general… con
la mirada de Dios… abracemos a todos con el Corazón de Dios…hagamos eso… y
nuestro hogar, nuestro ambiente, nuestro mundo iniciara su cambio…porque Dios
habita en él… en nosotros…
Desde la Soledad del Sagrario
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