Autor: Jean
Lafrance | Fuente: Catholic.net 6. Dios es quien vuelve su rostro hacia ti |
La verdadera oración empieza el día en que se descubre esa mirada de
amor, pero para ello es necesario que Dios ilumine los ojos del corazón.
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En la mirada que viene hacia ti, el rostro de Dios se desvela y entonces nace esa relación de amistad en la que dos seres se miran a los ojos.¿Te has fijado cómo los salmos prestan a menudo a Dios actitudes humanas? Se inclina hacia el hombre, ve, escruta, conoce, escucha, oye, está cerca, acoge y tiene piedad. Sin embargo Dios no es un hombre y ninguna criatura puede dar idea de su gloria. Es sencillamente el Dios que conoces en el encuentro.
Sin embargo Dios tiene sus designios y sus intenciones, quiere entrar en comunión contigo. El fondo del ser de Dios, es el Amor, y el deseo del Amor, es compartir. Para traducir este amor, utiliza imágenes. Se compara a la mamá que acuna a su niño y lo aprieta contra su mejilla. Toda la Biblia está iluminada por este amor de Dios-Madre: "El amor que Dios experimenta por nosotros se llama en hebreo "rabamin", plural del seno materno: un amor pues maternal, y multiplicado al infinito" (E. Charpentier). Se compara también al padre, al esposo, al amigo. En una palabra, el corazón de Dios se desborda de ternura para contigo y los distintos amores que puedes conocer en la tierra (amor conyugal, maternal, paterno o amistad) no son más que un pálido reflejo de este amor total que habita en el corazón de Dios.
Porque tú lees este amor en Dios es por lo que le descubres un rostro de esposo, de madre o de amigo. Dios es quien vuelve su rostro hacia ti y quien, por eso mismo, te da tu propio rostro. Te mira a los ojos, se abre y se muestra a ti. Sabes muy bien que la mirada de un hombre es una puerta abierta sobre el fondo de su corazón. En la conmovedora mirada de tus amigos es donde te descubres comprendido y amado por ellos.
Del mismo modo Dios es el que ve, pero su mirada es amor y expresa la
ternura infinita de su corazón. Te ve con todas tus posibilidades y te invita a que le des una respuesta. Ve el mal que hay en ti y lo mide, ve también tu pecado y lo juzga. Su juicio penetra el fondo de tu corazón y nada subsiste ante él. Pero sabes muy bien que su mirada está llena de misericordia y de perdón y que te salva. La mirada de Dios no desvela tu misterio sino que te guarda y te abriga. Ser visto por él no es ser juzgado o abandonado, sino, al contrario, ser protegido por el refugio más seguro. Su amor no deja de crearte suscitando en ti virtualidades de resurrección.
Orar, es penetrar bajo la mirada de Dios y desear ser visto por él hasta lo más hondo y más profundo de los secretos de tu ser. La verdadera oración empieza el día en que descubres esa mirada de amor, pero para ello tienes necesidad de que Dios ilumine los ojos de tu corazón. No puedes ver el rostro de Dios sino dejándote iluminar por la luz de sus ojos. Ver el rostro de Dios, es tomar conciencia de ser penetrado por su mirada, en la cual sólo puedes contemplar la luz: "En tu luz vemos la luz." (Sal 36, 10).
El brillo de su rostro iluminará y hará resplandecer para ti el universo.
En la oración, suplica a Dios que se te desvele: "¡Señor, que brille tu rostro sobre nosotros, para que seamos salvos!" (Sal 80, 4). Entonces vivirás esta extraña experiencia: desear ver a Dios, es ser visto por el que escruta lo profundo del hombre y los abismos. En este momento nacerá una relación de amistad en la que mirarás a Dios a los ojos: "Tus vigías alzan la voz, a una dan gritos de júbilo, porque con sus propios ojos ven el retorno de Yavé a Sión." (Is 52, 8).
Desde el momento en que se establece esta relación, las palabras se hacen inútiles pues lo comprendes todo en la mirada de Dios. Te colocas deliberadamente ante él con tu pobreza, tu insuficiencia, tu pecado, pero también con tu deseo de comprender su intención y de acomodarte a su voluntad. Bajo su mirada existe siempre una posibilidad indestructible de renovación.
Todo es posible por parte de Dios, pero todo peligra desde el momento en que tú no aceptas el que sea así.
"La contemplación cristiana es trinitaria, es el fuego de dos miradas que se devoran por amor. ´ (M. D. Molinié). En el corazón de la Trinidad, las
personas se miran, se acogen y se entregan en mutuo amor.
Durante su paso por la tierra, ves a menudo a Jesús lanzar una mirada de
admiración y de alabanza al Padre. En el bautismo, Cristo ha iluminad o tus ojos
haciéndote capaz de participar de su mirada de amor. Orar, es sencillamente
penetrar en este intercambio de miradas que se dilata en comunión de amor.
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