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Madres educadas, hijos
extraordinarios. Parte I |
La madre,
además de sus obligaciones como cónyuge, tiene también el rol de institutriz,
tutora, enfermera, nutricionista, chef, administradora económica, profesora
doméstica, consejera sentimental, policía familiar, etcétera. Construye más
amores sólidos con los hijos y más sólidos los amores.
No busca lo
extraordinario, sino hace extraordinario lo ordinario. Actúa en el presente para
cambiar el futuro. Asume la realidad que le toca vivir, pero siempre está
dispuesta a seguir luchando para mejorarla. Ayuda a lograr un amor con una base
sólida, con puntos muy buenos, como al sacar provecho de los conflictos y
capitalizarlos.
Cuanto más educada esté una madre, más probabilidades de
futuro éxito tienen sus hijos y por el contrario, cuanto menos educada esté, más
probabilidades de fracaso existe. Los hijos que sobresalen, en cualquier
ambiente, pobre o rico, son los que tienen una madre que ha transmitido con su
ejemplo y con buenas lecciones didácticas lo que sabían, sentían y
aprendían.
La mamá tiene que tener bien presente, que ante el desgraciado
número de divorcios, cada día en aumento, tendrá que prepararse en caso de que
le ocurra y prever soluciones para poder mantener y educar a sus pequeños, que
probablemente se quedarán con ella. Por lo tanto, deberá prepararse económica,
profesional y socialmente para disminuir el gran choque que supone esa nueva
situación.
La madre junto al padre forman una unidad de destino y
ambos tienen iguales funciones, innegociables e irrenunciables al educar a sus
hijos. Podrán ceder la tarea de formar, pero nunca la responsabilidad de
hacerlo. Pueden tener diferencias muy significativas sobre la educación de su
descendencia en la forma, pero no en el fondo.
Esas diferencias tienen
que ser complementarias, pero no les eximen de sus principales obligaciones.
Algunas veces tendrán que actuar como el policía bueno y el policía malo, pero
siempre de común acuerdo entre ellos y en beneficio de sus hijos.
La
madre no tiene que ser tan perfeccionista que avinagre la existencia de los
hijos por sus continuas reprimendas ante cualquier caso, por muy pequeño que
sea. Debe tener el difícil criterio de saber estirar y soltar, como en la pesca
de la trucha, hasta conseguir los objetivos que se haya propuesto. Ella tiene en
sus genes la educación innata para la criar a sus hijos desde que nacen para
abrirse paso en la vida, inculcándoles las virtudes y valores humanos que ella
conozca y practique.
La madre debe aprovechar cada fallo de los
hijos como ejemplo para dar un paso hacia su perfeccionamiento. Es más
importante aprovechar el error para ayudarles a mejorar que para imponerles un
castigo que, algunas veces, no lleva a que se den cuenta de las alternativas de
superación que podrían haber aprendido. Tiene que ser realista y saber que lo
importante no es mediar las veces que los hijos se caen, sino las veces en que
ella ha contribuido a que se levanten.
Las madres tienen que poner el
listón de la educación en lo más alto posible para que los hijos traten de
alcanzarlo. Si bajan las expectativas de éxito en la educación religiosa,
escolar, familiar y social, desgraciadamente es casi seguro que se cumplirán,
aunque hubieran podido llegar mucho más lejos si se lo hubieran
propuesto.
Los hijos no heredan de la madre solamente sus rasgos
genéticos, sino también una gran parte de la buena o mala educación que
tiene. Me refiero a la educación como conjunto de formación académica,
religiosa, de virtudes y valores, familiar, social, artística,
etcétera.
La madre representa las raíces familiares y hace que todo el
entramado del árbol familiar tenga sus sustentos en esas raíces. Por eso dejan
una impronta imborrable en la educación de los hijos, que se va consolidando a
medida que pasan los años. Aunque pase el tiempo, ellos se siguen acordando de
la mayoría de las cosas que les dijo su mamá.
El espíritu y la educación
de la madre domina en sus pequeños, principalmente hasta la adolescencia,
creando los cimientos necesarios para la vida que va a llevar. A partir de la
adolescencia la figura del padre, de ordinario más razonable y menos instintiva,
empieza a afianzarse en los conceptos educativos realizados por la
madre.
Es fundamental que la madre esté equilibrada en los campos
espiritual, físico y mental, para que su educación y la que proyecte sea la más
provechosa para sus hijos. Si nota o le notan algún fallo en estos equilibrios
debe poner los medios para corregirse, por el bien de sus hijos.
Según
todos los estudios multidisciplinarios internacionales, está demostrado la gran
influencia positiva que tienen las madres en el éxito o fracaso de los pequeños.
Su éxito moral, económico y profesional depende principalmente de su educación.
Desgraciadamente, muchos papás solamente se dedican a proveer de medios
económicos a la familia, (cosa muy importante e imprescindible), pero son ellas
las que se encargan de la formación.
Los padres tienen otras funciones
muy importantes que complementan y equilibran las relaciones familiares. Entre
otras, poner límites y asegurar que la educación que transmite la mamá, sea
puesta en práctica.
Tres conceptos principales en la educación de las
madres:
Espiritual: Es la principal inculcadora de la educación
religiosa y formación de costumbres desde la cuna. Si les reza a sus pequeños
una oración sencilla al levantarles, acostarles, darles de comer, salir de la
casa, etcétera, ellos la van memorizando y así cuando empiezan a balbucear,
ellas van introduciéndoles poco a poco las virtudes y valores humanos, para que
se conviertan en costumbres, posteriormente en hábitos y finalmente sean una
parte importante del quehacer diario de los hijos.
Físico: Cuidar su
propia salud, su aspecto físico y alimentación, mirando bien los conceptos
nutricionales, para usarlos con sus hijos en las prácticas alimentarias y en el
mantenimiento de su salud, para que adquieran buenas costumbres
alimenticias.
Mental: Buscar un buen equilibrio mental, para que se
refleje en los hijos, evitando las alteraciones y posiciones fuera de control
emocional, porque los hijos absorben todo y aprenden inmediatamente lo que ven y
sienten, reflejándolo posteriormente en su comportamiento externo. Una madre
sana mentalmente, va a promover también la salud mental en sus hijos y el amor
incondicional, lo que les permitirá enfrentar la vida con
fortaleza.
Francisco Grass (en colaboración con Pilar Maiz), Editor de
MiCumbre
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