Deseaba
escribir sobre la amistad. Tal vez no lo hice antes porque hay muy buenas cosas
sobre este gran tema, desde el De amicitia de Cicerón, pasando por
Aristóteles en su Ética a Nicómaco, Tomas de Aquino en algunos pasajes de la
Summa Theologica o más recientemente Vázquez de Prada con su Estudio
sobre la amistad. De algún modo, la niega Hobbes en Leviathan o Nietzsche
en Zaratustra. ¿Qué cosa más grande que tener a alguien con quien te
atrevas a hablar como contigo mismo? Así se interroga Cicerón con respuesta
sobreentendida.
No todo amor es de amistad, sino el que entraña
benevolencia, es un amor-dádiva por contraposición a amor-necesidad. Se podría
añadir que la amistad es la benevolencia recíproca dialogada, como afirma Yepes.
La amistad es un diálogo habitual, ni siquiera interrumpido por la separación.
En estos parámetros, puede observarse que el placer o el interés no causan la
verdadera amistad. Surge de compartir algo, de tener objetivos comunes; es un
marchar juntos, incluso en las discrepancias (Yepes). Naturalmente, ese tareas, actividades u opiniones sobre las que se conversa o se
escribe, moviliza energías, saca de la inactividad. Esta amistad necesita abrir
el propio mundo interior para hacerse resistente, para dar al amigo la propia
intimidad.
Luis Vives escribió: no hay riqueza tan segura como un amigo
seguro. Porque los amigos verdaderos son los que vienen a compartir nuestra
felicidad cuando se les ruega, y nuestra desgracia sin ser llamados. Se muestra
que la esencia de la amistad no es el afecto mismo, sino una relación que supone
el afecto y representa uno de los valores más altos de nuestra vida porque
presupone muchas virtudes, tales como la sinceridad, lealtad, desinterés,
comprensión, servicio. La Escritura da gran valor a la amistad: Un amigo fiel es
poderoso protector; el que lo encuentra halla un tesoro. Nada vale tanto como un
amigo fiel; su precio es incalculable, dice el Libro del Eclesiástico.
Cristo se dirige así a sus Apóstoles: Ya no os llamo siervos, porque el
siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros, en cambio, os he llamado
amigos, porque os he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. Comentará Tomás
de Aquino que los secretos de la divina sabiduría se comunican a los
amigos.
Dios es nuestro amigo, quiere necesitarnos para comunicarse,
compartir, darse. Jesús tuvo muchos amigos -¡la familia de Betania!- y afirma
que nadie tiene amor mayor que el de dar la vida por ellos. Él lo hace por los
hombres, brindando su amistad a todos. Partiendo de Él, se robustece toda
amistad humana. San Agustín escribió: no hay amistad verdadera sino entre
aquellos que Tú aúnas entre sí por medio de la caridad. La compañía del Amigo,
revalida la amistad entre nosotros. En esa reciprocidad de dones, el cristiano
procurará mostrar la realidad de Dios y de la felicidad cristiana a quienes ama.
Se lee en Camino: “Esas palabras deslizadas tan a tiempo al oído del
amigo que vacila, aquella conversación orientadora, que supiste provocar
oportunamente; y el consejo profesional, que mejora su labor universitaria; y la
discreta indiscreción, que te hace sugerirle insospechados horizontes de
celo…Todo eso es apostolado de la confidencia”. No es instrumentalizar la
amistad, sino llevarla a sus últimas consecuencias.
Publicado en
Levante-EMV el 08.08.09
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