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El sello de lo humano es la
compasión |
Podemos perder todo, salud,
bienestar, posibilidades, memoria…pero no podemos perder la compasión si
queremos seguir siendo seres humanos.
A base de ver escenas de violencia,
de guerra, de atentados, de cuerpos humanos destrozados, se puede comenzar a
pensar que es “normal”; una bomba más, unos cuantos muertos más “¿Cuántos son
esta vez: 10, 15, 70…? ¿Otra vez Irak? O ¿Son palestinos o africanos? ¡Pobre
gente!”, y continuamos nuestras actividades sin mayor inquietud. ¿Actuaríamos
igual si fueran nuestros ojos reales, y no virtuales a través de la pantalla,
los que vieran un ser humano muerto? No. Las tragedias vividas los tristemente
famosos días-once, en Nueva York y Madrid, por ejemplo, evidenciaron un alto
grado de solidaridad. Quizás la distancia nos endurece o actuamos así como
mecanismo de defensa, porque no seríamos capaces de soportar la carga de tanto
dolor humano, pero hay que cuidar que esta aceptación no desemboque en
indiferencia, porque entonces estaríamos perdiendo lo más grande que poseemos:
la compasión.
El ser humano posee una cualidad extraordinaria: es capaz
de compadecerse, de sufrir con el otro, aún cuando no experimente el dolor en
carne propia. Ningún animal puede, ni podrá nunca, experimentar este
sentimiento. Ello supone la capacidad de dirigir la vista, por la inteligencia,
al otro, rompiendo el círculo asfixiante del interés personal, levantar la vista
hacia el horizonte y saber del otro. Además hay que saber ponerse en su lugar.
¿Qué está pensando? ¿Qué siente? ¿Sufre? Entonces se llega a experimentarlo
espiritualmente; llega a “doler”. La compasión es un movimiento activo del
espíritu, que arranca en el corazón, y mueve la voluntad al compromiso para
aliviar el dolor ajeno, o al menos para ofrecerse como compañero del que sufre.
Salir al encuentro del padecimiento ajeno, es propio sólo de la especie humana.
El animal huye para sobrevivir, el ser humano se compadece y se
acerca.
Dicen que quien ha sufrido es más humano. De nuevo la sabiduría
popular tiene razón. Podría ser porque quien ha experimentado en su persona la
herida del sufrimiento, es más capaz de entender al otro cuando sufre; realmente
sólo se entiende lo que se ha vivido a fondo, y ello le induce a ser más
compasivo, más humano. Ayer fui yo, hoy es él. Y se crea un lazo de invisible
unión.
Este sentimiento puede llevar al hombre a acciones
incomprensibles: arriesgar la propia vida, buscarse problemas innecesarios; en
otras palabras complicarse la existencia. Y es justo esta “supuesta
complicación” la que la llena de sentido humano y de significación. Nunca he
conocido a alguien entregado a aliviar el dolor ajeno que no encontrara el
sentido a su vida.
La mujer, de natural está más orientada hacia el otro;
es una tendencia espontánea que deriva de su maternidad, potencial o actual. La
madre necesita “padecer” lo que su hijo aún no puede expresar, para poder
ayudarle a vivir. Por ello, para la mujer, el punto habitual de referencia es el
ser humano, antes que el dominio de las cosas. Puede desarrollar, si ella lo
quiere, una gran compasión que alimentará su compromiso con los otros,
especialmente con los desprotegidos, los indefensos, los débiles… La mujer es
sensible a las lágrimas ajenas, a la queja silenciosa, al rostro adolorido… Le
duele con facilidad el dolor de los demás. Incluso, su sentido práctico para
enfrentar y solucionar los problemas de aquellos por quienes está preocupada,
tiene su raíz en la compasión.
Se habla mucho de darle a la mujer mayores
espacios de poder, pero el beneficio para la sociedad no vendrá de convertir a
la mujer en una figura política más, para alimentar su vanidad y deseo de poder
(dicho sea de paso: su deseo de poder no es tan fuerte como el del hombre).
Vendrá de permitirle ser ella misma, y aportar a su familia, a su profesión, a
la misma política, un sentido más humano, preocupándose realmente de conocer lo
que el otro necesita, y saliendo al paso para aliviar su angustia.
El
sello de lo humano es la compasión. El día que dejemos de sentirla, el animal
instintivo habrá vencido a lo humano, y entonces cada hombre y mujer, realmente
se habrán convertido en un “lobo para el otro”. Quizás no podemos detener las
matanzas, ni acabar con la crueldad, pero podemos aprender a ver a quien tengo
cerca, y que quizás necesita de mi compasión activa, y sin humillar nunca,
ponerme a su servicio, para… hacerle más llevadero el paso de los
días.
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