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Los Valores y el Sentido Moral
Común |
Entrevista con el prof. Barrio
Maestre, de la Universidad Complutense de Madrid
¿A qué llama Vd.
sentido común moral?
A la captación espontánea de un conjunto de
principios de tipo teórico y práctico que permiten el normal desenvolvimiento de
la razón. Principios que son inargumentables: a partir de ellos cabe argumentar,
pero no sobre ellos. El todo es mayor que la parte; una cosa es distinta de su
contraria; un hijo no debe insultar a su madre, una madre no debe matar a su
hijo. El oscurecimiento del sentido común moral se puede caracterizar muy bien
como imbecilidad, y su rostro aparece retratado en el Idiota, de
Dostoievski.
¿Existe un “sentido moral” común a los hombres de
todas las culturas?
En lo fundamental sí. Hay un conjunto de
valoraciones comunes a la humanidad y que han sido expresadas de manera distinta
en las diversas tradiciones sapienciales: el Avesta zoroastriano, los
Vedas hindúes, los Analecta confucianos, el Dhammapada
budista, el Tao, el Talmud, los diez mandamientos, etc. Hay modos culturales
distintos de percibirlo, pero lo percibido en ellos no es, propiamente,
cultural. Hay semejanzas más notables que las diferencias, por cierto también
notables. Una de esas intuiciones morales comunes de la humanidad es que matar
al inocente es una acción indigna, que ni está ni puede estar en armonía con el
ser del hombre –es inhumana- ni del cosmos en su totalidad.
¿No
somos cada uno un mundo? ¿En qué se fundamenta el sentido moral común?
En que hay una naturaleza humana común, algo que permite entender el
sentido de las expresiones “el hombre”, o “la humanidad”. Si significan algo es
porque hay algo común a todos los hombres, eso que llamamos
“animalidad-racionalidad”. Cada cultura –y, en el fondo, cada individuo humano-
supone un modo distinto de ejercer la humanidad, pero todos los modos y maneras
distintos de ejercerla, en último término son modos –eso, distintos- pero de
ejercer sustancialmente lo mismo: la índole de humano. Y no es absurdo pensar
que hay algunos mejores que otros, que se ajustan más o menos al parámetro
“animal-racional”.
Pero el sentido moral, ¿no depende de la
filosofía de cada uno?
La filosofía de cada uno puede matizarlo,
incluso oscurecerlo, pero no puede cambiarlo radicalmente. Hay palabras que son
significativas para todos: respeto, dignidad, amor, solidaridad, etc.; incluso
hay formas distintas de entenderlas, pero cualquiera que las entiende lo hace
desde un sustrato común de experiencias y vivencias que, a su modo, todo el
mundo ha tenido o puede entender y comprender. Sin eso no sería posible el
lenguaje en sentido pragmático, no nos entenderíamos cuando empleamos esas
expresiones.
¿Es que no somos libres para decidir qué es bueno
para mí y qué no lo es?
Somos libres para decidir hacer el bien o no
hacerlo. Incluso la conciencia subjetiva posee un ámbito muy amplio de
discrecionalidad para determinar qué es lo bueno para mí aquí y ahora, pero
sobre la base de una idea (y una experiencia) absolutamente universal de que el
bien es lo que hay que hacer y el mal lo que ha de evitarse. En moral, el 95% de
lo que hay que decir lo debe la conciencia subjetiva, y lo ha de decir de manera
relativa al ser específico de la persona y a su realidad individual, situada.
Pero no todo en moral es situacional. La conciencia no sólo debe hablar; también
ha de escuchar, y hay algo que se le ofrece como dato.
Hoy día existe
una mixtificación de la libertad que antepone la elección a la buena elección.
O, más bien, que entiende que toda elección es buena con tal de que sea la que
realmente hace cada quien en uso de su libertad de autodeterminación. Para mucha
gente, si una mujer desea abortar, “es su opción”, y poco más hay que
decir.
Ahí se conjuga un concepto de libertad excesivamente superficial:
el que late en el fondo del lema pro choice, que ostentan los partidarios
norteamericanos del aborto provocado. No cabe duda que estratégicamente ha
resultado ser un acierto para ellos el invocar la libertad de elección. En el
contexto occidental –especialmente en el contexto sociocultural norteamericano–
es evidente el prestigio que tiene la idea de la opción personal, del
estilo de vida que cada quien decide llevar, de los valores propios que cada
uno crea para sí. “Pro choice” tiene la amplitud de las grandes
superficies comerciales, donde se puede elegir de todo. Abarca, incluso, la
opción contraria –“pro life”– siempre que se considere en pie de igualdad con
cualquiera otra, tan respetable como su contraria, y no pretenda imponerse
a los demás, como suele decirse (por cierto, empleando una locución cuyo
sentido no alcanzo a entender, pues no consta que quienes defienden el derecho a
vivir del no nacido pretendan obligar a nadie a tener hijos. Quienes defienden
ese derecho no tratan de imponer la maternidad a las mujeres, sino de recordar a
quien ya es madre –es decir, la mujer que ha engendrado– el deber de respetar la
vida de quien ya es su hijo, aunque no haya nacido todavía. En efecto, un hijo
todavía no nacido no es un “futuro hijo” sino un hijo presente “con mucho
futuro”, como lo seguirá teniendo hasta que le llegue el momento de
morir). Hay que llamar la atención sobre la profunda incoherencia de una
legislación enteramente permisiva en este punto, y al mismo tiempo sumamente
rigorista en otros asuntos de salud, que pueden tener interés indudable, pero
que en el fondo no dan para tanto. Me refiero, sobre todo, al delirio
antitabaquista. Pues bien, desde hace años, los fumadores españoles
frecuentemente tropezamos con el siguiente mensaje, impreso en las cajetillas de
tabaco: “Las Autoridades sanitarias advierten: Fumar durante el embarazo
perjudica a tu futuro hijo”. No entro en el significado patente de ese mensaje,
pero sí en el latente. De manera subliminal, esas autoridades transmiten la idea
de que lo que tiene en su vientre una señora gestante es un futuro, mas como el
futuro todavía no es, no es todavía. Destruir el futuro es algo
muy feo poética o sentimentalmente, pero la cosa no pasa de ahí: al ser irreal,
no hay una efectiva destrucción de nada real. Las autoridades sanitarias
deberían pensar un poco más lo que dicen. Con la mejor intención pueden estar
trasladando un mensaje sencillamente esperpéntico: mientras que fumar supone una
total iniquidad por amenazar la vida, no sólo de la embarazada, sino de los
“fumadores pasivos” –tanto los extrauterinos como los intrauterinos–, resulta
que el aborto es perfectamente inocuo, pues en definitiva dar muerte a algo
irreal –futuro– no es ningún modo real de dar muerte a nadie. No sé si el tabaco
“mata” o no (si lo hace, desde luego no inmediatamente, al menos en mi caso).
Pero es claro que el aborto sí “mata”, e inmediatamente: el futuro y el presente
de una vida, por cierto, inequívocamente humana.
¿Se educa
el sentido moral?
Sí, pero sobre una base, la sindéresis. –¿Cómo?
–Con buenos ejemplos y buenas leyes, dice Aristóteles. Éstas tienen un efecto
mayéutico, recordarnos lo que ya sabemos como hombres y lo que ya somos:
humanidad.
¿Cómo se puede deformar el sentido moral?
Con una propaganda infame, pero pertinaz, que consiga que la gente
deje de pensar y de oír la voz de la verdad que resuena en la conciencia moral
de todo hombre. Esa voz puede apagarse, no definitivamente, pero sí acabar
resultando inaudible por el ruido exterior. Goebbels consiguió que buena parte
de los alemanes olvidaran que, además de alemanes, eran seres humanos. Esto sólo
es posible si uno se pone gafas de madera. Eso puede ser improbable,
desaconsejable, impúdico... pero no es imposible.
¿Qué criterios
se erigen hoy frente al sentido común moral?
No se les puede llamar
criterios, pues los criterios suponen reflexión y contraste, prueba y error,
experiencia de la vida pensada a la luz de principios prácticos que nos ayuden a
madurar y a mejorar nuestra acción. Mientras que aquí lo que se ve es justo lo
contrario: ceguera e improvisación, un individualismo suicida. Tú a lo tuyo, si
piensas mueres, el mundo que se pudra, vivir a tope, no con amigos sino con
cómplices. Aristóteles señalaba una relación profunda entre la honestidad y la
amistad con uno mismo, digamos, el soportarle la mirada al
espejo.
¿Es posible recuperar el sentido común moral?
Por supuesto que sí. Basta quedarse a solas consigo mismo, quitarse
las gafas de madera, los tapones de los oídos, escuchar la voz interior. También
ayuda mucho, en ocasiones de manera definitiva, mirar a Dios, escucharle en la
conciencia, pedirle perdón y ayuda para rectificar lo que haya que rectificar.
Dante lo dice de manera muy profunda: un mal amor me hizo ver recto el camino
torcido.
Aplicación concreta de la formación moral...
Tema: El Aborto ¿Por qué dice que el aborto es contrario
al sentido moral común?
Porque aborto (se sobreentiende procurado)
supone privar voluntaria y directamente de la vida a un ser humano, aunque
todavía no nacido, y eso va contra un precepto universalmente aceptado en todas
las tradiciones religiosas y culturales, y que en la judeocristiana tiene el
nombre de quinto mandamiento: no matarás.
Pero si el aborto es
comúnmente admitido hoy, ¿no será que es de sentido común?
Hay
períodos históricos, más o menos largos, en los que se producen cegueras, más o
menos coyunturales, del sentido moral común. Estamos en uno de ellos. Estamos en
uno de ellos en relación con este asunto. También durante muchos siglos buena
parte de la humanidad justificaba la esclavitud. Eso no quiere decir que durante
esa época no fuese verdad la fundamental igualdad entre los hombres a título de
personas. Lo que quiere decir es que había elementos que dificultaban el
reconocimiento de esa verdad por parte de la mayoría, y que no fueron superados
sin dificultad. Las pasiones humanas pueden cegar bastante la inteligencia,
aunque yo creo que no de manera irrecuperable y definitiva.
¿En
qué contradice el aborto al sentido común moral de la mujer?
Ya lo
he dicho. Contradice la intuición fundamental de que la madre ha de procurar el
bien de sus hijos, y darles muerte no consta, en principio, que sea lo mejor que
una madre puede hacer por ellos.
¿En qué contradice al sentido
común moral del médico?
En la intuición fundamental de que un médico
–o cualquier otro profesional sanitario- no está para matar, sino para lo
contrario: curar, aliviar, consolar, acompañar. Matar es más propio de otra
profesión, la de verdugo.
¿En qué contradice al sentido común
moral de las Leyes?
En que el derecho se justifica siempre como una
garantía para el más débil en una posible situación de conflicto. Las “leyes”
abortistas destruyen la idea misma del derecho, al validar que la decisión,
deseo o capricho de un ser humano con evidente ventaja pueda tener más valor que
la vida de otro ser humano, pequeñito pero humano.
Pero el aborto
se admite por el bien de la mujer y del propio no nacido, ¿no?
La
apariencia del bien de la mujer es eso: apariencia. Acaba de nacer en España la
Asociación de Víctimas del Aborto (AVA), uno de cuyos fines estatutarios es dar
a conocer las consecuencias del síndrome postaborto, consecuencias bien
conocidas por los psiquiatras y, desde luego, por las pacientes, aunque tengan
pocas ganas de recordar su trauma, y menos de contarlo. Lo celebro, pues sobre
este asunto hay un silencio espantoso. En cuanto a la criatura, me admitirá
Vd que es al menos dudoso que se le haga un bien al acabar con ella. Matar “por
piedad” –expresión que también se utiliza en el discurso proclive a la
eutanasia, y que por primera vez empleó Josef Goebbels en el guión de la
película Ich klage an ( “Yo acuso”, de 1940), con la que trató de hacer
más tragable a la opinión pública la “destrucción de la vida indigna de ser
vivida”- es una expresión equívoca. Es maltratar profundamente el sentido del
lenguaje llamarle piedad a eso: descuartizar un niño en el seno de su madre, o
envenenarle con una inyección salina que le carboniza poco a poco, o decapitarle
justo en el momento de nacer. Ya va habiendo documentos gráficos que muestran lo
que le pasa al niño que sufre un aborto, y lo que él pasa, aunque no se oiga
mucho su grito ni, en la mayoría de los casos, viva para contarlo. Por cierto,
uno de los elementos que ha catalizado la gran expansión que el movimiento “pro
vida” ha experimentado en USA los últimos años, es precisamente la celebración
anual de congresos de supervivientes del aborto. Con tanta tradición de aborto
legal en ese país, ya va habiendo una masa crítica de personas que contra todo
pronóstico han sobrevivido a un aborto, por descuido de sus verdugos. Creo que
su pregunta habría que trasladarla también a esas personas, a ver qué dicen.
También podrán opinar ellos sobre esto, ¿no?
¿Por qué, entonces,
la mayoría admite que lo mejor, en ciertas circunstancias, es el aborto?
Normalmente se habla así en el contexto del mal llamado “aborto
ético”. Pero no es lógico hacer pagar al que menos culpa tiene: todavía no ha
tenido tiempo de merecer semejante trato canalla. Búsquese al culpable y
castíguese. Fuera de esos casos, realmente muy escasos, sólo puede entenderse
desde la perversión el planteamiento de que lo mejor que puedo hacer por ti es
ahorrarte la vida. La cultura de la muerte ve el embarazo como
enfermedad, a los débiles como cargas, la dignidad reducida a bienestar o
calidad de vida. Esto es perverso. Y presupone adoptar la posición del profeta,
la presunción de que quien decide sobre la vida de otro consulta el oráculo, o
la bola de cristal, y conoce cómo sería la vida de las personas sobre cuya vida
se siente autorizado a decidir. Los nazis no llegaron a tanto.
¿Ha
cambiado el sentimiento general a este respecto?
Veo signos claros y
esperanzadores de cambio. Pero todavía es muy fuerte el peso de ciertos
prejuicios provenientes de alguna propaganda, de lo política o éticamente
correcto, del miedo a discrepar, a pensar por uno mismo, o a disentir de lo que
dice mucha gente con poca independencia de criterio. Para disentir en este punto
hoy día hay que reivindicarse auténticamente librepensador.
¿Pero
no es una medida política y económicamente necesaria para que llegue a todos el
“Estado del Bienestar”?
Experimento cierto malestar ante la idea de
que el bienestar haya de nutrirse de la matanza de inocentes. No me encuentro
muy a gusto en ese Estado.
¿No podríamos pensar que el aborto es
un mal menor?
¿Menor a qué? Dígame algo peor, éticamente, que la
acción de dar muerte, de manera voluntaria, alevosa, premeditada, directa y
extraordinariamente cruel y traumática a un ser inocente e indefenso, cuyo único
pecado consiste en no ser querido.
Entonces, ¿qué pasa con el
sentido común moral de nuestra sociedad? El aborto ha existido
siempre. Al menos hay testimonio desde Hipócrates, que vivió en el siglo IV a.C.
Pero siempre se había considerado que es algo malo y vitando. Lo novedoso hoy es
la aceptación social, fruto de leyes que comenzaron despenalizando, y luego, por
el dinamismo sociomoral del derecho, dando carta de naturaleza y motrando esta
práctica como decente, o al menos inocua. Julián Marías dice que esta aceptación
social es lo más grave, moralmente, que ha ocurrido en el siglo XX. Al decir
esto antepone la gravedad de esta aceptación –que es sólo un juicio práctico- a
la del aborto mismo, e implícitamente a la del genocidio nazi, stalinista, las
matanzas en ex-Yugoslavia, y tantas otras barbaridades como se han visto en esta
última centuria. Puede parecer exagerado lo que dice Marías, pero me parece
acertado. La pérdida de la conciencia de barbarie es peor, en cierto sentido,
que la barbarie misma: si se acepta que una madre pueda impunemente matar al
hijo que lleva en sus entrañas, ¿qué cabría decir a quienes asesinan por motivos
políticos, étnicos, religiosos (o, más bien, pseudorreligiosos)? Para condenar
el terrorismo, el único argumento eficaz es que la vida de un ser humano ha de
ser respetada incondicionalmente, categóricamente. Pero, ¿de qué autoridad moral
podría investirse un supuesto “Estado de Derecho” que no sólo admite sino que
promueve la matanza de los seres humanos más inocentes y débiles? En una carta
abierta dirigida al ex-Presidente Clinton, con motivo del Año Internacional de
la Familia, la Madre Teresa de Calcuta expresaba su convicción de que “el mayor
enemigo de la paz hoy en día es el aborto, porque es una guerra contra el niño,
la muerte directa del niño inocente, asesinado por su misma
madre”.
¿Qué relación tiene el aborto con la falta de control de
la afectividad? La realidad del aborto tiene mucho que ver,
indudablemente entre otros factores, con un contexto sociocultural en el que
parece que lo único relevante de la realidad es lo que hacemos de ella, o lo que
sentimos. Los sentimientos son un modo peculiar, particularmente penetrante sin
duda, de acceder a la realidad, pero no el único. Y el hombre, además de animal,
e inseparablemente, es también racional. No es bueno reducir la realidad a sus
dimensiones únicamente subjetivas, aunque éstas sean importantes, o muy
importantes. Me llama la atención que quienes argumentan a favor del aborto
generalmente lo hacen fundándose sólo en impresiones subjetivas y en
sentimientos, más o menos pasajeros. No deja de sorprenderme que los partidarios
del aborto arguyen invocando todo tipo de motivaciones económicas,
socio-familiares, psicológicas, etc., pero obviando siempre la realidad
–incluso, si se quiere, la materialidad misma– de lo que es el aborto. (Es
llamativo también su interés por silenciarla y sus desaforadas reacciones contra
quienes intentan ponerla de relieve.). Este planteamiento hace causa común con
una filosofía constructivista muy de fondo que ha permeado la mentalidad
contemporánea, y que ve en la realidad únicamente lo que el hombre hace con ella
o siente.
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