domingo, 21 de febrero de 2016

La edad de oro no es para vivirla solos, sino en familia, bajo el calor de los suyos.


Cuantos ancianos solos y abandonados de sus propias familias. No me canso de pedirles a tantos hijos espirituales que tengan la delicadeza de recordarse de esos miembros de la familia que viven solos y abandonados.

¿Que cuesta una llamada telefónica? Cuanto bien se hace en ese corazón ya envejecido que añora una palabra de amor de los suyos. Una carta de la nieta o nieto que sorprende y trae tanto gozo y felicidad a ese corazón tan solo y abandonado.

¿No hay tiempo? Ese es el argumento más egoísta que puede existir. Tener caridad con los nuestros no es cuestión de tiempo es cuestión de justicia.  De exquisita caridad. De verdadera misericordia.


Hoy son ellos, mañana serán ustedes. La vida nos puede cobrar el olvido de los nuestros. Además, si como padres y madres no se les enseña a los hijos la importancia que tienen nuestros familiares ancianos y nuestras amistades ancianas, se les está preparando para hacer lo mismo con los propios progenitores. Los hijos aprenden muy bien las enseñanzas que reciben de sus padres.  No hay amor para los abuelos; los hijos aprenden que los abuelos estorban, son una molestia. Es más importante y urgente, el trabajo o  la vida social de la familia, que el compartir con los abuelos, los tíos y los ancianos de la familia.  Aunque nunca los padres digan una palabra con relación a esto, la conducta de los padres es el mejor lenguaje para los hijos.


Dios nos pide amar como Él nos ha amado. Dios nos pide gastarnos en amor hacia todos, aun nuestros enemigos. Dios nos pide que se  enseñe a los hijos el valor de la verdadera caridad y misericordia. Dios nos recuerda que quien no ha vivido la misericordia, no recibirá misericordia.  Y aun así seguimos en la comodidad y el confort, en la vida social de la familia olvidándose de las exigencias que Dios nos hace sobre el amor y la misericordia para con los nuestros, para con todos.

Vivamos la caridad más delicada y exquisita con nuestros  ancianos. Enseñemos a nuestros niños a tener un corazón lleno de amor y compasión por todos. Que rostro más hermoso el de la familia que viven la caridad y la misericordia hasta las últimas consecuencias con sus ancianitos.  Seamos verdaderamente seguidores de Cristo. Seamos Cristo para los nuestros. Seamos noticia de Dios para todos.




Desde la Soledad del Sagrario


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