lunes, 22 de febrero de 2016

¿Racista yo?... Jamás




En estos días venía a mi mente una anécdota que contaba mi tío político, cuando era una adolescente. Él estuvo en el ejército. Contaba que un compañero de la tropa asignada le cuestionaba de esta forma. Tú dices que no eres racista pero te voy a probar que si lo eres. Tú jamás consentirías que una hija o hijo tuyo, se casara con un descendiente africano, americano. ¿Verdad? Contaba mi tío político, que el corazón se le estrujaba ante esta verdad que nunca había pensado. No, no le gustaría algo así. Pensaba que “cada oveja con su pareja”. Que triste descubrimiento. 

Aun hoy en día, luego de la abolición de la esclavitud, sigue el racismo campante, quizás más solapado, más discreto, pero ahí está latente. En los trabajos, en las universidades,  en todos sitios. 

Una vez estaba en la inmigración de mi país, acompañando a las dos madres religiosas, que estaban citadas. Veía entre todos los presentes, estas personas que impresionaban por su porte, su estatura, su elegancia. Impresionaban favorablemente. Mientras observaba, me volví a mi Padre Dios, y animosa, como una niña pequeña le cuestionaba llevada por la curiosidad y por querer conocer el obrar de Dios.  Le decía, “Papa, ¿dime por qué los hiciste tan diferentes? Miro su piel tan oscura, me gustaría saber que te animo a crearlos así, Papá” Sentí en mi interior como mis pensamientos se aclaraban recibiendo esta hermosa verdad: “Míralos, hija mía, míralos bien, ¿no ves que hermosos son? Yo los encuentro hermosos.Son enchura de mis manos. Son hermosos con su piel oscura”. Yo comencé a mirarlos descubriendo una belleza que no había antes descubierto. No es que antes me hubiesen parecido feos… no, no es eso. Es que no entendía porque Papá los creaba tan oscuros. Ahora los miraba y me asombraba de la belleza de su piel. De su rostro hermoso, de sus ojos que brillaban. Entonces, me volví de nuevo a mi Padre Dios y le comento: “Papa es cierto, son bellos. Solo que me apena que les hicieras el pelo así, porque ellas quieren dejárselo largo y no pueden.” Sentí en mi interior como si Papa, se sonriera por mi ocurrencia.

Pasamos a otra oficina más íntima. Nos fueron llamados de diez en diez. Ya dentro, de momento entra una familia hermosa. Bien alto, elegantemente vestidos, muy educados, pero muy silenciosos.  El matrimonio y sus cuatro hijos adolescentes. Hablaban inglés y otro idioma que no pude reconocer.

Penosamente pude descubrir cómo se sentían recelosos, como quienes han vivido el rechazo, el racismo en toda su crueldad. El Padre trataba de proteger a su familia. Trate de sonreírme con ellos pero solo pude ver el dolor en sus rostros. Sentí en mi interior un dolor inmenso, me coloque en sus zapatos, y entendí que Papá Dios los había creado así, de piel oscura, porque los encontraba hermosos y eso era suficientemente valido para amarlos y aceptarlos.  Los creo y vio que estaba bien lo que había hecho.  Se gozó contemplándolos. Y nosotros los sometemos a la tortura del rechazo y la burla. De esta forma también rechazamos a Dios por su obrar, por creación. Que tontos podemos ser y no nos damos cuenta. 

Estaba en una boda hace más de diez años. Estaba en la recepción, en un ambiente muy familiar, pues era la madrina de los novios, con un permiso especial. Cuando llegaron  al mesa una familia de amigos de piel oscura. Una hermosa familia cristiana de una fe envidiable. Mi alegría fue inmediata. Nos saludamos. 

Para mi sorpresa y disgusto, a los pocos minutos escuchaba a unos anglosajones burlarse en voz alta de esta familia de amigos. Burlarse denigrándolos, riéndose a carcajadas. Solo pude observarlos y orar en mi interior, además de pedir perdón por el desprecio que le hacían a Dios. Cuan ignorantes podemos ser. Cuan ciegos nos podemos volver. Cuanta ingratitud con el Dueño divino de la vida. No nos queda más que orar, orar, orar, repara y pedir perdón. Además estamos llamados a hacerles sentir que los aceptamos y los amamos como Dios les ama. Porque Dios vale la pena. Y lo que hace Papá está  perfectamente bien. Dios no se equivoca nunca. 

Desde la Soledad del Sagrario







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