Eran las diez de la mañana. Los esposos estaban
trabajando. Los hijos en actividades en la Iglesia. Un sábado hermoso, soleado,
con la caricia de una brisa que refrescaba a todos.
Se habían citado, Josefa, Marce y Martita en el café de
la esquina de la Iglesia. Un lugar familiar donde frecuentaban muchas familias
del lugar. Rico aroma de café se podía percibir desde la calle. Ah, y que
dulces más deliciosos ofrecían Marcos e Isabel en su negocio. Un lugar acogedor
y lleno de paz. Música suave de fondo. Sencilla y hermosa decoración del lugar.
Al fondo de la pared, el que
entraba, no podía dejar de mirar el hermoso cuadro de Jesús de la Misericordia. Dios
estaba presente desde su hermosa imagen. Presente para bendecir a cada cliente
y a la familia dueña del local.
Martita, Marce y Josefa entraban muy alegres y
parlanchinas. Se dirigieron al mostrador a pedir tres café y tres ricos
dulces. Luego se sentaron a esperar el café y los dulces.
De momento se escucha a Marce un poco airada. Su rostro
comenzaba a ponerse rojo y el tono de la voz a cambiarle.
Marce: Un
momento, Martita, te estas excediendo. Yo pido por mis hijos, claro que sí.
Pero tú comprenderás que no pueden estar metidos en la Iglesia, en compromisos
con la Iglesia, en apostolados. Es muy joven para estar perdiéndose tanto en
esas cosas.
Josefa: Dices
bien, Marce, dices muy bien. Hay que
tener cuidado. Tú sabes. Los chicos no entienden y de momento el cura los pesca
para el seminario.
Marce: ¿Qué dices?
¿El seminario? Hasta ahí llega mi paciencia. Cualquiera menos mis hijos. Mis hijos
tienen que seguir una profesión y casarse. Yo quiero nietos y muchos. Además, ¿quién
nos va a cuidar, a Genaro y a mí, cuando
seamos viejos?
Martita: ¿Quién
está hablando de seminario? Las oigo y no creo lo que escucho. ¿Qué les pasa?
Tanto lío porque los chicos quieran estar juntos y participar de la alegría de
Pascua con apostolados y charlas amenas que les devuelve el sentido de lo
religioso, alimentando la fe. Además, surgen lazos de fraternidad y amistad
entre los chicos. No, no Martita a mis chicos me los deja en paz. Está bien que
participaron de la Pascual juvenil. PERO eso de estar todos los fines de semana
en reuniones en la Iglesia. Eso no lo voy a seguir aguantando.
Marce: Dices
bien Josefa, yo tampoco. Mis hijos son buenos, no necesitan estar tanto tiempo
metidos en la Iglesia. Hablando ¿qué? Tantas reuniones y tantas actividades. Que no
cuenten más con mis hijos. Ellos han dejado sus clases de tenis, sus reuniones
con sus compañeros de clase, por estar
metidos en esas reuniones tan aburridas.
Martita: Marce, ¿cómo
que reuniones tan aburridas? Si se lo
gozan todo. Si vieras como ríen. ¿No has
notado que tus hijos están de mejor humor?
Te has fijado que están más pacientes, menos intolerantes e
irrespetuosos. Más dado a escuchar y
ayudar. Mira les prepararon el desayuno a los pequeños que se reunieron en una
actividad el sábado. Daba gusto como dejaron la cocina. Verdaderos servidores
del Señor.
Marce: Martita,
no me convences. Que no, que mis hijos no van para el seminario. Dios los
libere de algo así.
Martita: Marce, ¿qué
dices, mujer? Si nadie les está hablando
del seminario. ¿Por qué piensas que tus hijos, pueden responderle a Dios,
aceptando una propuesta de vida como esa? ¿Qué tu sientes o sabes, que yo, no
me he dado cuenta o no estoy enterada?
Marce: Josefa
quieres que nos vayamos ya. Tengo muchas cosas que hacer en casa. Además, este
tema me está acalorando bastante.
Josefa: Marce,
te entiendo porque me siento igual. Es mejor que nos vayamos ya.
Martita: Chicas,
¿qué les pasa? Han hecho una tormenta
por tan poca cosa.
Las dos al unísono contestaron: Poca cosa. No hablan más
que de Dios. A todas horas el tema es el mismo. De Dios y de sus cosas. De Dios
y de su voluntad. De Dios y del apostolado. Rosarios vienen…rosarios van… misa
diaria… Los cinco quieren ir a misa diaria. Ah, pero si los dejo van por la
noche también. Ya nos tienen cansadas. Queremos que nos devuelvan a nuestros
hijos como eran.
Marce: Te lo
digo, Martita, mis hijos, los cinco que tengo, no van al seminario. Jamás lo
pisaran. Si vieras como este Genaro, va a ir a hablar con el párroco. Estamos
cansados de lo mismo.
Josefa: Igual
estamos, Pedro y yo, cansados y descontentos. Nuestro hogar ya no es igual. No nos imaginamos que esto iba a pasar con
nuestros hijos. ¿Sabes lo que es
despertarse a las cinco de la mañana, porque a Pedrito y a Esteban, les ha dado
con que hay que llevarlos a la misa de las seis de la mañana?… TODOS LOS DIAS…
No, Martita esto ya paso de castaño a oscuro. Esto se acabó. Hoy mismo hablo con mis hijos.
Martita: Chicas,
piensen que los tiempos no están como para alejar los hijos de la Iglesia.
Marce: No,
Martita, nosotras no los estamos alejando de la Iglesia. Los estamos alejando
del seminario. El Padre Koko siempre está pescando chicos para el seminario. Te
lo digo, con los míos no. Que mire para otro lado.
Martita: Josefa,
Marce, miren que no es el Padre Koko el que llama y elige. Quien elige sus
sacerdotes es Dios. ¿Van a pelearse con Dios?
Ambas muy serias contestaron: Martita, que Dios tome a todos los que quiera,
pero a nuestros hijos, a ellos NO.
Martita: Dios mío,
qué barbaridad están diciendo. No las conozco. Están irreconocibles. Están hablando
sin sentido, sin mirar las consecuencias de sus palabras y decisiones a corto y
largo plazo. ¿Pero, es que han perdido el juicio? ¿Qué les está pasando? ¿Quién
les está llenando de tanta ceguera y egoísmo? Mirad
que no son vuestros los hijos… los hijos son de Dios. Van a oponerse a la voluntad de Dios si el
decide llamarlos porque lo ha elegido para sí.
Inmediatamente se levantaron y se fueron dejando el café servido
y sin pagar. Martita no salía de su
asombro. Marcos e Isabel se miraron. Isabel se enjugo las lágrimas que salían de
sus ojos. Marcos no podía hablar. Temblaba del dolor que sentía. Ambos habían escuchado
toda la conversación pues no se cuidaron de ser escuchadas. Marcos pensaba y
daba gracias a Dios que en ese tiempo nadie había entrado al café. Miraba la
imagen de Jesús de la Misericordia pidiendo perdón por ellas, por los hijos, si era que Dios los llamaba.
Marcos abrazo a su esposa dándose consuelo uno al otro.
Ah, sí ellas supieran que Marcos e Isabel habían consagrado sus hijos a Dios y
le pedían, todos los días desde mucho antes de nacer, los eligiera para la vida religiosa y
sacerdotal. ¿Qué habrían pensado Marce y Josefa de ellos? Ellos tenían siete
hijos, cuatro varones y tres niñas. Todos muy piadosos e inclinados a las cosas
de Dios. Era su mayor tesoro, regalarles
sus hijos a Dios para la vida consagrada.
Cuanta diferencia de corazones. Padre, perdónalas porque no saben lo que
dicen ni lo que hacen.
La pequeña de Dios
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