Mi amada madre
decía: el amor es sacrificio continuo, desde que te levantas hasta que te
acuesta. Es un gastarse por el bienestar de los demás. Claro, sin quejas y con derroche de
entusiasmo.
Y es que
mami, era el mejor ejemplo de quien vive
el amor más puro, sin egoísmo, sin exigencias, sin dramas. Ella sabía muy bien mantener un sano balance
en su deber, y su querer. Conocía muy
bien a cada miembro de su familia. Se
daba a manos llenas. Su alegría era ver a los suyos caminando por el camino de
la virtud. Siempre pendiente de los pequeños detalles, esos que se escapa a un corazón
egoísta. Siempre dispuesta a escuchar, a
ayudar, a acoger, a amanecerse al lado
del hijo enfermo, o de la hija que estudiaba tarde en la noche. Siempre poniendo la paz. Colocando ese
granito de arena extra para que todo estuviera de acuerdo al gusto divino.
Se acostaba
rendida pero con una paz inmensa. Y la sonrisa de haber cumplido con su deber
de darse sin medida por el bienestar físico, emocional y espiritual de su amada
familia. ¿Y su familia? Ella
un sol que alegraba el hogar. Siempre alegre. Siempre de buen humor.
Siempre en la creatividad en la cocina, manteniendo
el hogar limpio y organizado… buscando que el “hogar fuera hogar”, como ella
tanto decía. Que todos se sintieran a
gusto. He ahí su mayor felicidad ver a los suyos en
casa, disfrutando del hogar, del compartir en familia.
Este mes de
agosto, se cumplió cuatro años de mami
regresar a la Casa Paterna… a la casa celestial. Ella dejo un hermoso legado… amar hasta el sacrificio… porque quien ama de verdad, solo busca la felicidad
del otro. Ella era sumamente feliz al
contemplar a los suyos felices. ¿Gracias,
mami, por ser esa maravillosa madre ejemplar, modelo y guía en nuestras vidas.
Tu fe en Dios, tu confianza en la Mater te llevaron a ser ese sol de alegría que ilumino nuestro dulce hogar. Fuiste una esposa ejemplar, amiga,
confidente de papi y de tus hijos…
Gracias, Santísima, por habernos regalado a mami….
Desde la Soledad
del Sagrario
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