Es curioso, muy curioso mi pequeño ahijado. Un niño super inteligente, sensible y solidario a las necesidades y dolor del prójimo, parlanchin, dado a reír con gusto, exquisitamente
enamorado de la Santa Misa, claro, del Dios que habita en el Sagrario. Ese Dios escondido que le llama tanto la atención, al cual siente la necesidad de ir a saludarle y estarse un rato a sus pies, de
rodillas, mientras sus piernas se mueven en un silencioso baile.
Mi ahijado fue con su mamá y hermanos a recortarse. Él es
muy formal. Travieso, pero a la vez serio. De una voluntad recia. Cuando dice no,
es no, aunque mamá o papá le hagan ver que es un sí. Se ve obligado a pensar,
evaluar y entonces tomar la decisión que papá o mamá tiene razón.
Y ahí estaba mi pequeño ahijado, sentado muy quieto, mirándose
en el espejo gigante, de pared a pared, mientras la estilista iba recortando y
dando forma a su pequeña cabellera.
El niño cada vez se volvía más serio. Su rostro estaba
sumamente serio. Sus ojos miraban su cabecita y miraban a su mamá. El mensaje era claro, muy claro para la
madre. El niño no le agradaba aquel recorte. No lo quería.
Termina la estilista y le pregunta si le gusta. Mi pequeño
ahijado no contesta. Ella insiste. Él la mira muy serio. No hay palabras. Mira
a su mamá. La mamá interviene y dice con una voz suave: “Creo que no le gusta
el recorte. El prefiere el recorte clásico
de para niños.” La estilista se asombra. “¿No le gusta? Pero si es la moda.”
El niño más serio se pone. La estilista
entiende. No le gusta, el pelo parado como si fuera la cresta de un gallo. No le gusta.
Opta por bajar el pelo y darle la forma tradicional de recorte para niños.
¿Y el niño? Muy
serio se baja de la silla. La estilista los despide.
Saliendo por la puerta, mi
pequeño ahijado se voltea mira fijamente a la madre, y le dice muy serio: “Mamá,
te voy a pedir una favor. No me vuelvas a traer a este lugar. Esa señora está mal.
¿Cómo me va a gustar un recorte tan feo?” La mamá se sonríe y le dice: “Muy
bien hijo, no te preocupes, esta es la última vez que venimos”. Mi pequeño ahijado quedo satisfecho y
tranquilo con esa respuesta. Y muy
contento con su recorte clásico.
Es un niño. Un niño pequeño, apenas cuatro años. Ya tiene
muy definido que no todas las modas van con él.
Él se siente a gusto como es, como viste, como quiere su recorte de
cabello. No necesita correr detrás de modas raras que le parecen poco
agradables. Es un niño muy seguro de sí
mismo, pues su seguridad reside en saberse amado por Dios, por saber a Dios su
amigo.
Qué bien por mi pequeño ahijado. Va creciendo sin sentir
la presión de la moda. Sin sentir que
los demás son los que imponen los criterios a aceptar y a vivir. Él, a tan corta edad, piensa, razona, medita
y toma decisiones.
Que hermoso mi pequeño
ahijado. Dios te bendiga, mi niño amado…
Desde la Soledad del Sagrario
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