La respuesta de los santos que aman a Dios
siempre es la misma… sufrir para pagar un poco tanto amor desbordado en el
Calvario… sufrir para ayudar en la redención de los pobres pecadores.
Para la pequeña Jacinta
sufrir era una respuesta de amor… era su mejor regalo para los pobres pecadores…
era una necesidad que apremiaba y que sostenía el conocimiento de la eternidad.
Salvar a los pobres
pecadores de la desdicha eterna costara lo que costara… si era preciso dar la
vida por ello… la daba a gusto… a imitación de Jesús…
Y lo vemos claramente en
los últimos días de su vida terrena. El 2 de febrero de 1920, día de la Purificación.
Jacinta confiesa y comulga, se despide de Jesús en el Sagrario e inicia el
camino a su calvario, con lágrimas derramadas que corren por sus mejilla acepta
la invitación a subir con Jesús al Gólgota. Al igual que Jesús la niña tiene su pequeño Getsemaní…
pero decidida se levanta y sigue las huellas de su amado Jesús.
¿Pero si es una niña?… si
lo es, pero, es una niña decidida que lo da todo por amor a Dios… por amor a las
almas… a los pobres pecadores a quienes quiere rescatar para la eternidad… a
quienes quiere con ella en el cielo.
Llega al hospital que la
ha trasladado desde el Orfanatorio donde se encontraba. Por compañía tiene a su
madrina la religiosa Sor Purificación y una Sra. bienhechora del Orfanatorio. No hay
ningún miembro de su familia con ella. Esta sola por ese lado. Dios le pide
abandono y confianza. Ella se deja hacer en manos divinas.
El doctor del
Orfanatorio donde Jacinta era atendida viene a visitarla. Jacinta había confiado
al doctor que la operación sería inútil pero no quisieron escucharla. La Virgen
le había dicho que la operación era innecesaria… no tendría ningún éxito.
El 10 de febrero Jacinta
entra en el quirófano. Allí la despoja de su ropa lo que le causa a la niña un
dolor inmenso… ella tan modesta, tan pura verse desnuda es como si le hubieran
clavado un puñal en su corazón. Llora amargamente… los demás no entienden su
dolor.
Su cuerpecito estaba muy
deteriorado por la enfermedad, “pleuresía purulenta en la gran cavidad
izquierda, costillas de la séptima costilla del mismo lado”, los médicos deciden
no darle cloroformo y le aplican una anestesia local.
La niña es colocada en la cama de operaciones, se
inicia la operación. Jacinta soporta la operación con una entereza y fortaleza
extraordinaria, impropia para su edad. Dios asistía a la pequeña quien sufrió amargamente,
pero en silencio ofrecía todo los detalles de su enorme sufrimiento… sabio que estaba
en juego la eternidad de los pobres pecadores… sabia que este sufrimiento libraría
a muchos pecadores de perderse para la eternidad.
Jacinta con tan solo la
anestesia local, se dio cuenta de todo lo que sucedía en la operación. Le extraerían
dos costillas del lado izquierdo afectadas por el mal. Con la ausencia de las
dos costillas la cavidad se hizo mayor, tenía una profunda herida.
Fuera del quirófano, en
la sala de recuperación, Jacinta sufre continuos sufrimientos sobre todo en los
momentos de la cura, como la cavidad era tan grande, tenían que introducir
bastante gasa, que al secarse se le queda adherida, produciéndole terribles
dolores al tirar de ella. Me hace pensar en Jesús cuando le arrebatan sus
vestiduras que ya estaban pegadas a su cuerpo llagado y ensangrentado...
Los médicos estaban
sumamente contentos con la operación, había sido todo un éxito para ellos… pero
Jacinta sabía que era todo lo contrario. La operación solo había servido para
regalarle mayores tormentos y mayores dolores. Servía de cruz y en ella estaba
Jacinta crucificada. ¡Cuánta ignorancia la de los médicos!!
La Santísima Virgen María
vuelve a visitarla por última vez, y esto ocurre tres días antes de su regreso
a la “Casa Paterna.” Llegaba la Santa
Madre a consolar a la pequeña, a darle la agradable y dulce esperanza de venir
muy pronto a buscarla y llevársela consigo al cielo… le dice el día, la hora,
que vendrá por ella. Y para mayor consuelo le quita todos los dolores.
Dios le concede descanso…
ya la misión ha terminado para Jacinta… Sin embargo a Jacinta le queda el
sufrimiento del alma… contempla la tristeza de la Madrecita Santa, le comenta a
su madrina la causa de la tristeza de la Virgen.
Jacinta le dice: “Los pecados que conducen el mayor numero
de almas a la perdición son los de impureza. Es necesario renunciar, no
obstinarse en el pecado. Es preciso hacer una gran penitencia.”
Si Jacinta viviera en
este tiempo creo que hubiera muerto de dolor al ver tantos pecados de impureza
que públicamente se propagan y se alienta a cometer como algo normal, sano,
beneficioso para la salud del cuerpo y de la mente pero no comprenden que es la muerte del alma.
El día
20 de febrero, Jacinta pide los santos sacramentos. El sacerdote llega a las
ocho de la tarde, la confiesa. La pequeña pide el Santo Viático. El padre no le
parece tan urgente. Jacinta insiste diciéndole: “Voy a morir”.
El
padre considera que se puede esperar hasta el día siguiente.
Que dolor amargo para un
alma sedienta de Dios, que sabe que la
mejor forma de partir es con Jesús Eucaristía en su alma. Dios concede este
nuevo y agudísimo dolor que taladra el corazón de Jacinta. Siente sed de eucaristía
pero se le niega. La niña acepta una vez más este amargo cáliz… estas últimas
gotas de su amargo cáliz que ha llegado a beber hasta el final.
A las diez y media de la
noche, Jacinta entra a la vida eterna de manos de su Madre Celestial que ha
venido presurosa a buscarla. ¡Qué alegría para Jacinta!! ¡Qué alegría para la
Corte Celestial!! ¡Qué alegría para el Padre que sale al encuentro de su pequeña
ya de vuelta en casa!!! ¡Qué alegría para Jesús que la recibe con la corona del
martirio, martirio vivido como víctima de amor por los pobres pecadores!!! ¡Qué alegría para su Ángel de la Guarda que goza
de su compañía en el cielo!!!
Solo los santos pueden
apreciar y valorizar el camino de la cruz que abre de par en par las puertas
del cielo…
Desde la Soledad del Sagrario
Si early de acuerdo Jacinta hubiera mucho si estuviera en esta epoca. Hay que proteger a Los hijos de esto
ResponderEliminarSi...cierto hijita hay que cuidarlos mucho y llevarlos a Dios... sembrar en ellos el amor a Dios y a la Mater.. Un abrazo desde la Soledad del Sagrario.
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