imagenes familia Pate
Que fácil se hace a una madre
apoderarse sentimentalmente de sus hijos. La experiencia amorosa y única de llevarlo en
su seno por 9 meses, alimentándolo con su propia sangre, sintiendo esa explosión
de vida que va formándose en su interior,
va llenando el corazon de sentimientos
inexplicables.
La experiencia de parto para una
madre… experiencia un poco dolorosa pero que el mismo dolor hace que el fruto
sea sentido como algo que le pertenece totalmente a la madre es muy fácil de
concebir y de aceptar.
La madre siente que ese hijo le
pertenece… e ira llevando a ese hijo hacia el lugar que desea para él. Le ira cultivando, guiando con amorosa
perseverancia y dedicación. Ese hijo… esa hija… esos hijos lo significa todo… absolutamente TODO… para el corazón de
una madre. Y he aquí cuando nace
aquello de “el amor de esposa es uno… pero el amor de madre es insustituible,
es único, es lo máximo, nada como el amor de madre”. Por un hijo se da la vida.
Por un hijo se hacen los sacrificios inimaginables. Por un hijo se trabaja
incansablemente porque el hijo o los hijos lo llenan todo en el corazón de la
madre.
Al hijo… a los hijos… una madre
siempre desea lo mejor para ellos. Oh si… lo mejor que humanamente se le pueda
dar. Para una madre la alegría mayor es ver triunfar a sus hijos en todas las
etapas de la vida, siendo un buen hijo, un buen ciudadano de la sociedad. Que alegría para una madre ver a sus hijos sobresalir
airosamente y victoriosamente en la escuela, en la comunidad, en el deporte, en
la universidad, en el trabajo, en la familia que forma, en su nuevo rol de padre
o madre.
Y está bien… pero… hay un pequeño
detalle que se les escapa a la gran mayoría de las madres… aun a las madres creyentes
de fe solida, católicas… de sacramentos… de vida de oración…
Un detalle que es una verdad
absoluta… pero que muchas veces hemos aceptado siempre pero en el momento de la
verdad… que no toquen a los hijos… ni
con un pétalo de rosas… porque hasta ahí llega la fe.
Un detalle que debería llenar de alegría
el corazón de una madre… por el contrario lo llena de un dolor que muchas veces
cae en el reproche, en la angustia y desesperación, de confusión, de
desaliento. Donde la fe se tambalea porque los hijos han ocupado el lugar de
Dios en el corazón de la madre.
Esas madres me pueden decir: “¿Pero
es que usted no entiende? ¿Pero es que es algo inconcebible? ¿Era mi hijo?” Si… su hijo… tu hijo… tu hija… si… y duele…
claro que sí. Pero es que duele más de lo debido porque has dejado de mirar,
contemplar y aceptar ese pequeño detalle que debemos tener muy presente cuando
nace un hijo. “Si… pero… no es justo…”
El detalle simple pero de grandes
dimensiones: “un hijo, una hija es regalo de Dios… son bendiciones para ese
hogar”… el detalle… “que los hijos son propiedad absoluta de Dios… los hijos y
todos nosotros claro esta”. No nos pertenecen
son “prestados”… y prestados por un tiempo.
¿Cuanto tiempo? Solo Dios sabe.
Los hijos…los niños le pertenecen
a Dios… salieron de la mente… de la Voluntad Divina… y a Dios han de regresar
con nuestra ayuda… El Padre Dios hace entrega de ese hijo o hija para que aceptando
el regalo con amor y gratitud… vayamos escribiendo en su alma, como un libro,
el amor de Dios para con El… vayamos hablándole de Dios… despertando una
amistad sabrosa en los hijos con Dios… cultivando en sus tiernas almas el deseo
y la voluntad de vivir el querer del Padre Dios en todo momento… llevándolos a
desear con toda el alma regresar a la
patria celestial cuando el Padre llame.
En el corazón de los hijos debe predominar Dios… no mamá ni papá… porque
Dios es el centro de ese corazón pequeño del hijo es que hay cabida para mamá y
papá.
Papá y mamá no pueden amar más a
los hijos que a Dios… no… no es del agrado de Dios… pero… “¿Dios debe entender?” No es cuestión de
que Dios debe entender es cuestión de la salud del alma en aras a la salvación eterna…
nuestro corazón debe ser totalmente de
Dios y en Dios y con Dios caben todos los demás amores lícitos.
Cuando una madre recibe a su
hijo, hija… debería darle no solo las gracias por ser madre… sino las gracias
por confiar y depositar en sus manos lo que Dios mas ama… a su hijo. Debe de
elevar una pequeña plegaria comprometiéndose a cuidarlo, e ir llenando su corazón
y su alma con el Amor de Dios… hasta el día que Dios le llame a su lado. ¿? Si, hasta el día que le llame a su
lado… sea el hijo un infante… sea el hijo un niño… sea el hijo un adolescente…
sea el hijo mayor de edad.
“¿Quiere decir que si me matan a
mi hijo o hija Dios lo está llamando a su lado?” Me
parece a mí que cuando Dios permite un mal es para sacar un bien. Si Dios
permite que la vida de tu hijo o hija sea destruida por manos enemigas, o en un
accidente, o por la enfermedad… Dios está contemplando que conviene este mal
por el bien que se ha de producir. No lo
quiere pero lo permite para un bien mayor. Lo permite porque está en juego nuestro libre albedrio…
Dios permite que actuemos según nuestra voluntad… nos ha hecho libres para
escoger amarlo… “amo a Dios porque quiero amarlo libremente y busco la forma de
amarlo mejor, los medios que me ayuden a amarlo más y mejor”… esa es la
verdadera libertad regalo de Dios.
Nosotros en cambio hemos aceptado
ese libre albedrio para escoger entre el bien y el mal… no para escoger amarlo
libremente buscando los medios que más
nos ayuden a amarlo y vivir ese amor
mejor. No… al contrario hemos aceptado el mal y caminamos por ese camino
libremente… simplemente porque quiero… escojo el camino que me aleja de Dios…
aunque no contemple las consecuencias.
Por eso nuestros hijos se exponen
al peligro cuando escogen malas compañías, asisten a lugares de peligro, o
simplemente son víctimas de los que han escogido el mal como alimento. “¿Y Dios
lo permite siendo víctima?” Me parece a mí
que sí, porque hay un bien que se sacara… para la familia de los implicados,
para el victimario… alli donde Dios ve que el bien florecerá en frutos pero que
nosotros no alcanzamos a descubrir.
Por otro lado Dios es el único que
determina cuando nos toca “regresar a casa”… la hora, el día… el lugar… la
forma… solo Dios sabe. Solo Dios sabe
cuando le toca “regresar a casa” al hijo que con tanto amor cobija el corazón
de una madre. Cuando esto sucede, sea a temprana edad o mayor… un padre y una
madre con el corazón afligido, como la Santísima Madre Celestial, debe besar la mano divina que así lo permite o
lo quiere… Pedir fortaleza, luz, aumento de fe y una inmensa efusión de amor…
Dios es Dios. Lo único que debe importar es que ese hijo o
hija haya llegado de “regreso a casa”.
El desviarse del camino de regreso debe ser la pena más intensa que puede sentir un
padre, una madre o un ser querido.
Si uno de los míos, de mis seres
queridos en mi familia inmediata y lejana se perdiera para la eternidad, por la
obsesión y terquedad de su voluntad… no habría consuelo para mí… pero por eso debemos de cubrirlos con oración todo el
tiempo que estén con vida para que la
gracia divina haga su efecto aunque sea minutos antes de morir… porque Dios no
desoye las peticiones de un corazon que ora a su gusto…oremos al gusto divino.
Desde la Soledad del Sagrario
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