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En estas vacaciones que mucho he aprendido. He aprendido a descubrir el
dolor en la mirada de tantos niños. Y es
que impresiona como los padres y madres no se dan cuenta, (prefiero pensar que
es por ignorancia e inconsciencia), el modo y conducta que hiere la
sensibilidad y el corazón de tantos niños.
Me causa un dolor intenso tanta
insensibilidad en tantas personas, especialmente en los padres y madres.
Desde un padre que lleva a sus tres hijos pequeños a un lugar de
comida, que come frente a ellos sin
compartir la comida con ellos. Sus
ojitos se salían de orbita mirando a su papa comer tan tranquilo…saboreando su
comida.
¿Se imaginan el dolor de esos tres niños? Me preguntaba, Dios mío, ¿para
que los llevo? No salía de mi asombro.
Descubrir la insensibilidad de tantas madres que se despreocupan de sus
hijos a la hora de comprar…
Esta mañana, en una tienda descubrimos a un señor de 40 a 48 años, sentado
con un libro en la mano, (pero sin ningún interés en el libro, en la sección de
libros), mirando insistentemente a los niños pequeños que se movían con
libertad de un lado a otro, mientras sus madres miraban mercancía a la
venta. Mi corazón se agitaba al ver tan
despreocupadas a las madres y los niños sueltos caminando o corriendo de un
lado hacia otro. ¿Cuánto peligro innecesario?
Madres que desconocen la Santa Prudencia y como se cultiva… prevenir antes
que lamentar una tragedia irreparable consecuencia del descuido.
Insensibilidad al exponer a sus niñas al peligro eminente de mentes
deformes llenas de impurezas. ¿Exponer a las niñas? Sí… exponerlas con
vestimentas que al mirarla ven no a una niña sino a una mujer sensual y
provocativa. ¿Imposible? No, para las mentes desequilibradas y enfermas.
¿Y qué pasa con las niñas bien vestidas? Es increíble como los enfermitos
cerebrales se impresionan ante la belleza, inocencia y tanta pureza.
Esto sucedió en un lugar de comida, donde tres hombres almorzaban, se les
escuchaba hablar amenamente…hasta que descubrieron la presencia de la niña. La
forma de mirarla causaba preocupación y temor. Sus miradas y gestos llamaban la
atención. Dios mío, cuanto peligro eminente con nuestros niños.
Padres, madres, familias cristianas, familias no cristianas… abrid los ojos…
vuestros hijos son la riqueza más grande del mundo. Protegerlos de vuestro egoísmo,
de vuestros intereses, de vuestra insensibilidad, del peligro de las personas
de mentes enfermas…
Recordad que sus hijos son propiedad de Dios… de Dios lo reciben, a Dios
hay que llevarlos. Llegaran el día que Dios les pida cuenta de todo lo que ha
dado, hecho y llevado con sus niños. No habrá momento para excusarse ante Dios.
No, no lo hay.
Dios nos conceda la santa vocación de ser padres y madres según el querer
de Dios.
Desde la Soledad del Sagrario
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