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Valores y Madurez
Vital |
La sociedad cambia, el hombre también;
cambiamos tanto que aunque cada uno sea el mismo, sin embargo, no lo es
completamente. Recuerden cuando tenían tres, cinco, quince años, ¿somos los
mismos? La cultura que encontramos al llegar a este mundo, ¿es igual a la de
hoy? Los valores, que son piedra clave de la bóveda en que se vertebrará nuestra
biografía, ¿son los mismos de nuestros quince, veinte, treinta años?
No.
Parece que se modifican y, sin embargo, a pesar de esas mudanzas cada uno se
reconoce como quien es, posee su propia identidad, sigue siendo el que era, no
de la misma manera, porque hay algo que resiste al cambio, que es más fuerte que
él, y que permite reconocernos e identificarnos como quienes somos. Eso pasa
también con la cultura; la cultura mexicana ha variado muchísimo en los últimos
treinta años, pero no tanto para que, venturosamente, hoy la sociedad en que
estamos haya dejado de ser México; sigue siendo México, aunque de otra
manera.
En ese contexto quiero hablar de valores, virtudes y bienes.
Ciertamente la palabra valor encierra una cierta maleficencia o engaño. Hablamos
cotidianamente de crisis de valores, pero es un tópico, un término sesgado,
equívoco, transmitido de persona a persona, un concepto que constantemente se
repite. Pero no es verdad: los valores siguen ahí. Si afirmamos que existe
crisis de valores, entonces nos libramos de la culpa:Yo no soy los valores. Yo
no estoy en crisis.
¿Qué ocurriría si en vez mencionar la "crisis de
valores" nos refiriéramos a "crisis de virtudes"? ¿Qué pasaría? Porque las
virtudes están siempre encarnadas en personas, y si hay crisis de virtudes, hay
crisis de personas y yo soy una persona, y eso me afecta, me atañe, me
interpela; mientras que los valores quizás no me comprometen de igual
manera. Los valores no son el bien ¿Qué diferencia hay
entre valores y virtudes? Quizá para ello hay que aludir antes al bien. El bien
es lo propio de la voluntad humana: queremos lo bueno. El bien está en el
principio del principio —o acudimos a la metafísica o no podemos seguir
hablando—, el bien tiene que ver con lo Uno, con el Ser. Sin bien no hay
virtudes, tampoco valores. Y reflexionar sobre el bien supone plantearse
inmediatamente, como exigencia radical, referirnos a la felicidad; si no existe
el bien, no podemos ser felices. No es que el hombre bueno realice el bien, esto
no es verdad; es que la persona humana al obrar el bien, se hace buena. No es
que primero seamos buenos y después hagamos el bien sino que, al practicar el
bien, nos hacemos buenos. El bien hace buena a la gente que lo realiza. Y eso sí
que está en nuestras manos lograrlo.
Si hablamos de "crisis de
virtudes", decimos: allí donde un hombre no es virtuoso, aunque yo no sea ese
hombre, me siento responsable. Si nos referimos a las virtudes, entramos
inmediatamente en ese tema; lo volitivo no es separable de lo cognitivo en la
persona. Tampoco podemos plantear este tema sólo a nivel de la voluntad:
caeríamos en el voluntarismo que produce el desgarramiento en la persona y la
ruptura del tejido social. En el fondo, el fundamentalismo no es nada más que
una corriente voluntarista que deja maltrecha a multitud de personas. Si nos
referimos al bien hay que apelar también a la inteligencia, a la razón, al
entendimiento, o no podemos seguir hablando de valores.Los valores no son el
bien, hacen referencia a una cierta excelencia pero también a una cierta
pasividad. Los valores no son yo, y yo no soy los valores; los valores emergen,
cambian, sufren metamorfósis.
¿Son absolutos? Sí, pero cada época pone de
moda unos y hunde en el pozo otros. Hoy, por ejemplo, la solidaridad es un valor
en alza, aunque no encontramos muchas personas con la virtud de la solidaridad;
el respeto a la diversidad en el pluralismo social es otro valor aunque,
probablemente, ni siquiera respetemos al que tenemos al lado. Valores puede
haber muchos, ciertamente, pero si ellos van por un lado y la vida personal por
otro, tendremos crisis de valores hasta el fin del mundo, sin poder hacer
absolutamente nada por remediarlo.Las virtudes tienen que ver con el ejercicio
del bien, por tanto, no pueden comprarse.
Las virtudes no son como los
valores: algo pasivo, que está ahí. Una virtud es la realización de un valor en
la biografía personal. Las virtudes se alcanzan día a día, representan una
conquista humana y social, ya que se proyectan al exterior; es imposible vivir
en una individualidad hermética.
Además, los valores pueden transmitirse
culturalmente. Ninguno ha elegido la cultura en que nació, por ejemplo. Sin
embargo, las virtudes nos son dadas en estado incipiente, casi vegetativo; pero
construirlas, realizarlas, acrecerlas, es tarea humana: ése es el empeño y
compromiso irrenunciable de la libertad. Ahí se concita cada persona sin
importar edad, sexo, raza, condición, creencias, cultura o educación. Eso es lo
que está en crisis hoy: las virtudes. Tan es así, que casi nadie se atreve a
mencionarlas, preferimos emplear un argumento sofístico, envolvente, light:
referirnos a las virtudes a través de los valores, pero nos estacionamos en los
valores. Estima: a la alza y a la baja Si queremos
articular vida humana y valores, es necesario hablar de virtudes. Empezaré por
un dato que me ha dolido. Según información seria, gran parte del problema de
México es la autoestima baja. Ese error también se da en mi país y por eso me
conmueve hablar de él. Hoy, la autoestima está en alza, está de moda gracias a
la cultura norteamericana. En Estados Unidos se publicó un libro: Coeficiente
emocional, donde se afirma que lo importante para ser feliz es sobre todo dar
amplitud a los sentimientos, compartir, querer, aunque la obra no habla nunca de
la inteligencia.
Pero nosotros, mediterráneos o latinos, siempre hemos
tenido corazón; esa solución vendrá bien allá, pero no es para nosotros: ya
tenemos corazón… quizá nos falte otra cosa.
Es difícil conducir nuestra
vida hacia la felicidad si no existe conocimiento propio. Ése es el misterio
humano. Y, entonces, es fácil incurrir en errores de sobrestimación e
infraestimación simultáneamente. El autoconcepto no es autoestima, la autoestima
es emocional, el autoconcepto es cognitivo. Es muy probable que alguna muchacha
se considere la más guapa, y no lo es, estará entre las primeras, pero no es la
primera: comete un error de sobrestimación; y también es probable que alguna
persona se crea menos lista de lo que es, ése es un error a la baja, una
infraestimación, y es injusto, le hace daño y, finalmente, me hace daño a mí,
porque cuando alguien se infraestima, baja su nivel de aspiraciones, forma un
autoconcepto negativo, no se exige lo que debiera, no da de sí todo lo que
puede, no se hace el gigante que todos necesitamos que sea; se convierte en un
enano sólo por un error de infraestimación: eso es intolerable y no es cierto.
No es verdad que México no pueda comerse al mundo; el futuro esta aquí. La pobre
Europa es una vieja desdentada y menopáusica, agónica, inamovible, paralítica,
precomatosa.
Pero si resulta que quienes nos van a ayudar son personas
infraestimadas, malos aliados vamos a tener. Creo que se puede hacer mucho por
mejorar la autoestima. El mundo emocional en parte es independiente de lo que
tenemos en la cabeza, pero en parte le está sometido: en el hombre, todas las
emociones están subordinadas a su propio conocimiento.
Un ejemplo: uno se
enamora de la misma manera que cuando llega la primavera, nadie sabe cómo. ¿Eso
es patético? ¿No se puede hacer nada? ¿Cupido, con sus ojos vendados, disparó la
flecha para transformar nuestra vida en contra de nuestro conocimiento? No,
porque la historia no acaba ahí. El enamorado estimula su memoria y guarda, como
en un viejo armario, la representación mental de su amada; se plantea preguntas
ciertamente no pasionales ni emotivas, sino sobre todo cognitivas: ¿qué hace?,
¿quiénes son sus familiares?, ¿qué le gusta? Y, naturalmente, eso tampoco
termina ahí: se dan los primeros pasos para el conocimiento del otro y, tal vez,
ése sea el origen de cuarenta generaciones. Todo eso, ¿qué es?, ¿es Cupido?,
¿son las pasiones?, ¿o es lo que hace nuestra cabeza a propósito de nuestras
pasiones?
En el tratamiento de la depresión, hay un tipo de psicoterapia
llamada reestructuración cognitiva, que busca "desmontar" los sentimientos y
reubicarlos para evitar inferencias erróneas o estilos cognitivos equivocados.
Tiene autoestima baja quien se conoce erróneamente, quien hipoteca su futuro y
quien, injustamente aunque quizás sin propósito, "roba" a este mundo todo lo que
podía haber aportado. Por eso, no se puede tolerar la infraestimación en ningún
ámbito.
Trabajo desde hace años en consultoría de empresas. Ahí se ve
claramente cómo importa que el empresario sea realista, tenga una autoestima
proporcionada a su autoconcepto, con un nivel de aspiraciones ajustado a su
manera de ser, a sus capacidades, a los recursos humanos de su empresa. Si, por
el contrario, posee una autoestima baja no podrá ser competitivo, ya que su
propia competencia profesional va a la baja, y sin ella no existe
competitividad. Reflexionemos en otro caso: el padre de familia. Él no puede
pensar que hace mal su papel, que no sirve. Cuando el padre no funciona como
padre, destroza sobre todo a los hijos varones. La felicidad tiene
ciencia Debajo de todo esto hay un problema: la ética se ha entendido
mal.La ética es la ciencia de la vida buena; la ciencia para que cada uno sepa
conducirse a sí mismo; la ética es el mejor camino científico, la mejor
disciplina para que cada persona conquiste su felicidad. No son normas que nos
impiden ser nosotros mismos y nos convierten en personas contrahechas. La ética
no es la ética del deber kantiano.
Quien busca ser una persona buena
elige serlo libremente. Es falso lo que se dice por ahí: los buenos son tontos,
los malos son listos. El bueno decide hacer el bien porque así es feliz, y por
tanto es listísimo, y si el malo sabiendo cuál es el bien y cuál el mal elige
este último, siendo muy "listillo" es tonto, porque se equivoca y será
desgraciado.
¿Es listo el infiel que ha contraído SIDA?, ¿o aquel que,
sin tener SIDA, recuerda sus relaciones infieles y divide su propia intimidad en
el acto de donación conyugal?, ¿sigue siendo listo?, ¿y si vive en continuo
miedo de que su mujer lo descubra, sigue siendo listo? Crisis de
virtudes... "Quiero morirme inmaduro" Si por madurez se
entiende el hombre formalizado, establecido, instalado, sin posibilidad de
crecimiento porque ya ha "llegado", yo, desde luego, quiero morirme inmaduro.
Estamos siempre a prueba; nadie está aprobado definitivamente; si no, no
estaría vivo, sería un cadáver. ¿La madurez existe? Sí, pero en el
devenir.
¿Qué es la madurez? Una persona madura es quien piensa, dice y
se comporta sin que exista ninguna separación entre estas tres actividades;
posee una misma identidad entre palabra, pensamiento y conducta. Todos,
seguramente, estamos en camino de ser maduros. No existe ninguna persona madura
hasta tal extremo que ya no pueda crecer más.
Esto tiene que ver con algo
que está muy crujiente en la actualidad: la filosofía de la acción humana. La
acción humana dice el viejo Aristóteles no se puede entender sin el fin. Cada
acción es propositiva, finalista, teleológica; una acción sin fin es un
contrasentido o una esquizofrenia. Aunque los fines sean fines intermedios,
subordinados a fines a largo plazo, y exista un encadenamiento de unos a otros,
debe existir un fin final. La acción humana nos plantea, en el fondo, una enorme
encrucijada: una cosa es ser y otra hacerse persona. El ser es un regalo que se
nos ha otorgado, pero es necesario hacerse; nadie está hecho del todo. Entre el
ser y el hacerse existe un camino largo: nuestra biografía. Lo propio del hombre
es autoconstruirse, partiendo de lo dado: el ser. Seamos realistas, ni siquiera
el modo en que somos lo hemos elegido: moreno, rubio, con bigote, gordo, alto,
bajo, inteligente, emotivo, perteneciente a determinada familia...En ese camino
de hacernos, tenemos que actuar. Pero la acción humana es compleja: cambiamos el
mundo, transformamos lo que nos rodea; y, simultáneamente, nos
transformamos.
Nuestra cultura subraya, sobre todo, las consecuencias
hacia el exterior; pero desatiende las consecuencias hacia adentro. Toda la
acción humana genera este último tipo de consecuencias. Si fuéramos medianamente
conscientes de ello, nos importarían más las consecuencias interiores que las
exteriores. Un caso: el autor de un best-seller, traducido a veintiocho idiomas,
trabajó fuerte durante cinco años; como el libro se edita en muchos países,
viaja, firma sus obras, sale en televisión, se hace famoso... Pues bien, eso
importa menos que la optimización de sus habilidades y destrezas logradas
gracias a su trabajo. Fijarse sólo en las consecuencias externas de nuestros
actos, es una política de muy mala inversión: significa que hacemos a un lado
nuestra propia persona, para darle mayor relevancia a cosas absolutamente
materiales. Existen personas que, al plantearse su proyecto de vida, sólo
piensan en las consecuencias externas de sus futuras acciones. Y se equivocan.
Tenemos que elegir: desde el ser hasta el hacerse, hay infinidad de actos de
elección. Elegir es, en primer lugar, renunciar.
Pero ¿elegir es sólo
renunciar? No. En cada acto de renuncia, la libertad devela otra dimensión:
cuando elegimos, nos comprometemos con lo elegido. Si no, mi libertad quedaría
vaciada de sentido, arruinada. Siempre que elegimos, renunciamos; pero nos
enriquecemos en la misma medida que nos comprometemos con lo elegido. ¿Para qué
serviría un matrimonio, si cada vez que la mujer está con su marido, piensa en
aquel amigo tan guapo? No está ni con el amigo, ni con su marido, entonces,
¿dónde está? Esto puede ocurrir en todos los órdenes: la persona no está
interiormente en lo que debiera y se pregunta continuamente, "¿qué podría estar
haciendo ahora?". Quien actúa así, no se enriquece con lo que ha elegido,
abandona esa posibilidad de enriquecimiento por una quimera, un futurible, una
mera hipótesis de trabajo conjetural y posibilista que no conduce a nada; coloca
dinamita bajo su propia libertad, se desquicia... y acabará en el psiquiatra.
El hombre, cautivo de su proyecto futuro Para hacernos
personas, debemos contar con proyectos. El hombre no se hace a sí mismo haciendo
cualquier cosa. Hay que elegir lo que hacemos. En el fondo, un proyecto es lo
que posibilita nuestra proyección al mundo. ¿Por qué elegir?, porque si no,
probablemente no renuncie a nada, porque renuncio a todo, a cambio de nada. Hay
quienes no se atreven a elegir por miedo. La libertad entraña riesgo, angustia,
y eso es bueno; lo que sucede es que hay que soportar esa ansiedad. A veces se
piensa que si no se elige, nada se arriesga. Falso. Ahí es cuando se arriesga
todo, porque no elegir es un acto de elección. No elegir es elegir ya, ¿y elegir
qué?, elegir la nada; renunciar a todo para enriquecerse con la nada:
empobrecerse, nihilificarse.
La persona se nos revela como un
"perfeccionador perfectible", porque puede perfeccionar todo lo que hace en este
mundo: es un solucionador de problemas. Al final, se nos examinará si hemos
provocado o resuelto problemas: si hemos perfeccionado el mundo o hemos
contribuido a su deterioro e imperfección mayor. Si intentamos perfeccionar el
mundo, nos auto-perfeccionamos. Lo diré en términos empresariales, económicos:
la vida no es más que la plusvalía que cada persona alcanza a lo largo de su
trayectoria biográfica. Si al nacer, una persona vino a este mundo con cinco
puntos de generosidad, y se muere con un punto, su vida ha sido ruinosa. Así de
sencillo. Lo dado se asume como tal porque es un regalo, pero el devenir, el
llegar a ser, en eso sí que somos responsables, porque es tarea
individual.
Cada cosa que realizamos deja una huella en nosotros, por eso
se puede decir que el hombre es rehén de su historia.Al explorar la biografía de
alguien, salen a la luz claves interpretativas pero, también, el hombre es un
ser cautivo del proyecto futuro que posee. Por eso, aconsejo que el pasado no se
mueva, que quede enlatado; lo que hay que hacer es fugarnos hacia adelante.
Existen personas que al hacerse se deshacen, pero cualquiera que se haya
deshecho, puede rehacerse; ésa es la vida humana: hacerse, deshacerse,
rehacerse.
Toda la psicoterapia significa contribuir a que cada persona
se rehaga a sí misma. Nada más. Y mientras existe vida hay posibilidades; cuanto
más tardemos en tomar decisiones, peor será. ¿Por qué interesa tanto realizar
bien el proyecto biográfico? Porque nos interesa a todos ser
felices.
Cada persona, lo que quiere de verdad, es ser feliz y para eso
tiene que construirse a sí misma: a eso se le llama autorrealización , que es un
deber, además de un derecho. ¿Y cómo autorrealizarse? Siendo feliz. ¿Y cómo
serlo? Haciendo lo que nos da la gana: para eso elegimos; no se puede vivir la
vida por encargo ni al dictado de nadie, so pena de renunciar a nuestra
condición humana.
La persona tiene libertad y con ella puede forjar su
vida pero es indispensable acertar, si no, en vez de ser feliz será desgraciado,
y en vez de hacerse se deshacerá, es el riesgo. Tenemos el deber moral de
autorrealizarnos: crecer a la máxima estatura posible, tratar de desarrollar
plenamente las virtudes; ése es el gran proyecto ha realizar. Hacerme para
desbordarme hacia afuera. El oficio propio de la
persona Debemos, pues, crecer en virtudes. Pero aquí nos encontramos
con un problema serio: las virtudes, decía Protágoras, no se pueden
enseñar.Entonces, ¿cómo enseñar lo que consiste en hacer?, ¿por estudiar un
doctorado en templanza, seremos más templados? Aquí el movimiento se demuestra
andando.
Aristóteles señalaba: "El oficio propio del hombre consiste en
ser virtuoso".
Una persona valiosa busca realizar en sí los valores,
encarnarlos, hacerlos parte de su biografía. Quien es virtuoso se convierte,
automáticamente, en un modelo; en cada poster de un cantante o una actriz,
colgado en la habitación de un adolescente, hay una constelación de valores
encarnados en forma de virtudes. Y la admiración invita a la
imitación.Encontramos en ese "otro", algo que nosotros no poseemos.
Pero
cuidado, si no nos aceptamos como somos, no aceptaremos nuestro origen, y así es
imposible la felicidad. Por ejemplo, si no hay aceptación para la figura del
padre, tampoco la habrá para uno mismo. ¿Por qué? Porque el carácter fontal y
originario de donde procedo es mi padre: yo soy su continuidad. Esto es vital:
hay que amarnos "sin pasarse", diríamos: con prudencia-verdad.
Aceptarse
significa asumir incluso los propios defectos. La lucha contra los defectos
personales posibilita nuestro crecimiento y madurez. Los obstáculos no deben
frustrarnos: ya los corregiremos con nuestro proyecto vital. Para eso contamos
con muchas virtudes en estado naciente.
¿Cuánto cuesta el gramo de
paciencia en México?, ¿se puede comprar? No. Se alcanza como consecuencia del
compromiso con el proyecto de ser más paciente; eso nos hace grandes y también
felices. A ello le denominamos un comportamiento ético que es, además,
solidariamente diseminante a toda la sociedad, porque si soy paciente, los
impacientes recurrirán a mí en busca de consuelo, y mi bien podrá multiplicarse.
Si Juan Ramón Jiménez no se hubiera esforzado para escribir Platero y yo, me
habría perdido de esa lectura a la que acudo con frecuencia cuando estoy cansado
y que remueve en mí la ternura de la infancia, me consuela y permite tomar
fuerza para continuar mi labor. Es decir, si Juan Ramón Jiménez no hubiera sido
constante, esforzado, nadie podría refugiarse en la lectura de ese texto para
crecer. San Alberto Magno dice que el hábito es "aquello por lo que alguien
actúa como quiere". Si no tenemos buenos hábitos, no actuaremos como queremos
sino como no queremos; a eso se le llama enajenación mental , esclavitud ,
etcétera. Por eso es fundamental formarnos en hábitos buenos.
El hombre y
la mujer son seres para la donación. Ningún animal puede darse: el hombre sí.
Nadie tiene, en sí, la razón de su origen; toda existencia es un regalo
inmerecido y ante un regalo no se es culpable porque no ha sido pedido, pero sí
se es deudor. Se trata, entonces, de saber dar y saber recibir. Si el regalo que
doy no se acepta, me siento rechazado y, además, la donación queda
interrumpida.Yo, de ser un donante en aspiraciones, me he quedado en donante
frustrado. Quien acepta un don, por el hecho de aceptarlo, su misma aceptación
deviene en don que revierte en el donante.
Existe crisis de virtudes,
insisto, más importante aun que la crisis de valores. La persona madura es capaz
de realizar, en sí misma, un proyecto tan comprometedor, enriquecedor, magnánimo
con el resto de la sociedad, que tira automáticamente a todos para arriba. Una
persona madura se realiza siendo virtuosa, precisamente porque es listísima y,
por eso, con su libertad, busca escoger siempre el bien. Decía un compañero se
llamaba Kant , que cuando la persona tiene un por qué vivir se soporta cualquier
cómo .
Tenemos que soportar incluso el cómo somos, en lo que tenemos de
negativo y positivo; e, inclusive, soportar el cómo todavía no hemos logrado lo
que queremos lograr. Para soportar ese cómo, debemos encaminarnos al origen,
volver a la fuente de toda la vida, ahí se legitima nuestra originaria vitalidad
y personalidad. Soportaremos ese cómo cuando tengamos un por qué vivir que no es
otro más que éste: hambre de absoluto, sed de eternidad, anhelo de infinito; que
se resume en dos palabras: ser felices.
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