miércoles, 23 de julio de 2014

Isabel… Isabel… ¿Cuál es tu secreto?



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Hoy en día hay tantas sorpresas, cuando termina la luna de miel, para tantas parejas de jóvenes… que se casan con tanta ilusión, planes a largo y corto plazo para sus vidas…

Es cuando descubren que el marido o la esposa es intolerable de sufrir.  Que tienen hábitos que desagradan, y no desean cambiar. Que tienen diversiones  y amistades que son perjudiciales para la salud emocional de la pareja...  viene a la mente el divorcio como respuesta.

Miremos con detenimiento las páginas de la historia una pareja,  donde ella alcanzo la cumbre de los altares en nuestra Iglesia.  Es un ejemplo vivo del consejo evangélico de la bienaventuranza de Cristo: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios".  

¿Y era reina? Sí  era reina.  Una reina como pocas; con los pies bien puestos en la tierra, y la cabeza en su sitio, como diría mi abuelita. Una joven conocedora de la palabra divina… amante del Dios vivo del Sagrario.  Quien valorizaba la eternidad,  temía perder a Dios por el capricho pasajero, de quien se da a vivir de espaldas a Dios en esta vida. 



Esposa y madre de dos hijos, Isabel de Portugal, nos da cátedra con su vida, de cómo se debe vivir hasta el heroísmo, esta bienaventuranza de Cristo, donde Cristo exalta a los pacificadores, quienes serán llamados hijos de Dios.  Hijos de un Padre que es la paciencia personificada…la fuente misma de paciencia.  ¡Cuánta paciencia tiene Dios con sus hijos, con sus criaturas!!  ¡Cuánta paciencia tuvo Dios en la muerte y pasión de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo!...

Isabel, princesa de Aragón, España,  y el príncipe Dionisio, heredero de Portugal;  Isabel, una joven devotísima, muy ferviente en sus oraciones, consciente de su fe, se encuentra casada con un hombre rebelde a la fe, a la fidelidad conyugal, de carácter violento y explosivo.  

¿Qué hacer?  ¿Regresarse con sus padres?  ¿O por el contrario seguir adelante en este matrimonio de altas y bajas?

La vida de Isabel era muy difícil.  Dionisio era muy aceptado y amado en su vida pública como gobernante,  hombre de cualidades extraordinarias para gobernar, pero ¿en la vida privada?  ¿En la intimidad del hogar?  Era otro hombre… egoísta y vicioso; infiel, con hijos naturales fuera de matrimonio. Nada halagador para una joven como Isabel. ¿Qué hacer? 

Isabel se convenció que lo mejor era quedarse en casa, seguir al lado de Dionisio, soportar heroicamente la situación, pero eso sí, darse en cuerpo y alma a la conquista, a la conversión de su esposo… aunque ella no lo viera… estaba convencida que lo lograría… ¿Cómo lograrlo?  A través de la Santa Misa diaria… ella pedía con toda el alma en cada misa por la conversión de su esposo…  

Mas la vida le reservaba a Isabel dolores y sufrimientos mayores. Su hijo Alfonso,  celoso y cansado del trato preferencial de su padre Dionisio con sus hijos ilegítimos, se levantan  en armas contra su padre.  ¿Qué hace Isabel al ver a su hijo y esposo en una lucha como esta? 

La reina Isabel logra con infinita paciencia y delicadeza,  restablecer la paz entre ambos.  Dos veces Alfonso se levantan en armas contra su padre… dos veces se levanta Isabel como pacificadora entre ambos logrando restablecer la paz entre ellos.

¿Qué sucede después? Al poco tiempo, el rey Dionisio, se llena de miedos y sospechas, cree ciegamente que su esposa, Isabel, trama contra él, una conspiración para robarle el trono.  Cegado por el miedo y las sospechas envía a Isabel al destierro.

El rey Dionisio enferma, una enfermedad larga, resultado de su estilo de vida desenfrenada. Isabel, su esposa se convierte en su enfermera. Ella le asiste hasta el momento de su muerte… con la alegria de ver el fruto tan ansiado de conversión… Dionisio muere reconciliado con Dios como ella tanto deseaba. 

Es de conocer que Isabel sentía una predilección por la comunidad franciscana,  las clarisas.  Siempre se sintió atraída a la vida conventual, pero por permisión divina, no pudo alcanzar satisfacer los anhelos de su corazón. Una renuncia aceptada con humildad da paso a una hermosa cosecha de virtud en su vida.

Ya al final de su vida, un nuevo acontecimiento doloroso le esperaba. Su hijo Alfonso, rey de Portugal y su cuñado Alfonso XI, rey de Castilla se enfrentan en una guerra.  Isabel viaja a Castilla a intervenir poniendo la paz entre ambos.  De regreso la muerte le sale al paso.

Vemos como esta joven la fe la impulsa a vivir la bienaventuranza de la paciencia hasta las últimas consecuencias… provocando la paz entre todos… Una mujer digna de admiración. Cuánto dolor, sufrimiento en su corazón, y a la vez, cuanto valor, fortaleza y sabiduría.  No pensó en ella, pensó en Cristo, pensó en los suyos… hoy en día hacen falta mujeres como ella…


Desde la Soledad del Sagrario


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