Cuantas lecciones de vida podemos darle a los hijos. Cuantos detalles pequeños podemos enseñar por el bien de nuestros niños.
Me gozaba escuchando a una madre que contaba con tanto gusto como había enseñado a sus hijos el valor del dinero. El valor y la alegría de compartir. Nos decía, esta buena madre, que desde muy pequeños les enseñaba a preparar, ellos mismos, una alcancía para ir depositando de a poco a poquito las pequeñas monedas que recibían.
Los niños se lo gozaban, era como un juego. Pero esta madre muy sabia sabe evitar desarrollar en sus pequeños el defecto o vicio de la avaricia y egoísmo. Se ahorraba, sí, pero se le daba motivos o causa para ese acto de ahorrar. No es ahorrar por ahorrar, para sentirse que se posee dinero.
Por ser muy pequeños se les daba ideas y ellos escogían cual iba a ser el motivo para ahorrar ese dinero. Bien fuera para regalarles a los abuelos en el cumpleaños. O para donarlo a una causa justa, la enfermedad de algún amiguito o familiar, o simplemente en una extrema necesidad. Para las futuras vacaciones, para comprar algo personal, etc…etc…etc… Siempre había un motivo justo para ahorrar.
Esta sabia madre iba guiando a sus pequeños por el camino de una voluntad recia, evitando que se conviertan en el futuro en un adicto a “comprar por comprar”; a consumir sin necesidad por el simple hecho de desear poseer lo que ve en el comercio.

El hogar vivido desde la perspectiva de Dios, siempre una madre, un padre tiene tiempo para educar a los hijos en miras de convertirlos en futuros adultos de bien y provecho para la sociedad. Hombres y mujeres que amando a Dios vivan la vida con libertad de corazón, con entusiasmo, dándole a las verdaderas prioridades su lugar.
Que mucho hacen unos padres que aman seriamente a sus hijos, y llevan a Dios en sus corazones… A vivir intensamente la vocación de padres... por el bien de los hijos para esta vida y para la eternidad.
¡Bendito sea Dios!!
Desde la Soledad del Sagrario
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