Un niño de cuatro años,
va recorriendo toda la casa buscando su amada madre, con el único propósito de
confesarla. Cuatro años y juega a ser sacerdote. Cuatro años y toma muy en serio
su juego. Cuatro años y regaña a su mamá, porque no le dice todos sus pecados; o
porque la encuentra floja en la oración.
Un niño de cuatro años, que de momento, no se ve. ¿Dónde esta? La madre lo busca por toda la casa. Lo encuentra en el
baño, de rodillas, con las manos juntas. Sorprendida la madre le pregunta: ¿Hijo,
que haces? Mamá oro por ti. Pero hijo, ¿por
qué en el baño? Porque aquí estoy a solas con Dios.
Un niño de cuatro años
que le llama la atención a su hermana mayor porque quiere que sea sumamente
modesta. Pero su papa no se escapa
tampoco. Papá, de rodilla, de rodilla, se reza el rosario…arrodíllate, papá. Y
Papa, tiene problemas con su rodilla de la caída que se ha dado. Papá, mirándolo,
y pensándolo, ante la seriedad de su hijo, y la súplica de su mirada, opta por
arrodillarse, aunque el dolor sea insoportable.
Paso cuaresma, lleno la
pascua. La familia vivió intensamente tanto la cuaresma como la pascua.
Participando de la misa diaria, como siempre, de las actividades propias del
tiempo en la Iglesia. Un día el pequeño ha estado todo el día muy pensativo. La madre extrañada le pregunta: Hijo, ¿qué te
pasa? Mamá estoy meditando que mucho sufrió
Jesús. Cuanto dolor paso, mamá. Cuanto nos ama, mamá.
Cuatro años y ya sumergido en el misterio de
la Pasión de Cristo. Saboreando las riquezas de su pasión. Y solo con cuatro años. La madre extrañada y
maravillada lo besa y abraza. Piensa en
su interior que a los cuatro años para ella,
su única preocupación, era quitarle la corona al Cristo del crucifijo
de la casa, porque pensaba que le causaba mucho dolor. Cuatro años de edad, y ya
contempla y saborea en su pequeño corazón, el misterio de la redención. ¡Bendito sea Dios!!
Gusta jugar de
sacerdote. Gusta jugar a dar misa. Gusta de confesar a los padres, a los
abuelos y a los hermanos. Gusta de vivir la Santa Misa, de observar al
sacerdote para luego imitarlo en sus juegos. Ya tiene sus preferencias, gusta
de los sacerdotes que viven la misa. Que viven la consagración. Que toman
tiempo para la consagración. Que son delicados con los detalles hacia el Cristo
que tienen en sus manos. Sin nadie decirle ya sabe distinguir entre el sacerdote
que toma muy en serio a Dios, en la Santa Misa, y el sacerdote que tiene prisa
y pocos detalles para con Cristo en el momento de la consagración.
Cuatro años y ya vive enamorado de Dios y celoso de la salvación de
las almas. Como este niño hay muchos en nuestra Iglesia. Oremos…oremos…oremos…
Desde la Soledad del
Sagrario
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